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«Imagínate un hombre que hubiera vivido muchos años en la obscuridad de un calabozo, y que de pronto, cuando tenía perdida toda esperanza de libertad, le sacaran a la luz. ¡Cómo amaría la claridad del cielo, los celajes veladores, los horizontes límpidos y serenos! Pues así te amo yo, así, ni más ni menos.

En Sahagún había un coronel segoviano que, habiéndose casado allí, vivía retirado del servicio militar. Era hombre de elevado carácter, de mucho corazón y de bien cultivada inteligencia; había sido muy rico, pero deparóle el cielo ó el infierno una esposa que ni de encargo hubiera salido tan díscola, intratable y antojadiza.

Isidora las miró bien; pero iba ella, a su parecer, tan mal, con tan innoble traza, que de buena gana se hubiera escondido para no ser vista de las otras. Porque la de Rufete, pobre y mal ataviada, se consideraba fuera de su centro. Su apetito de engrandecerse no era un deseo tan sólo, sino una reclamación.

Sonó al cabo de una hora una campanilla dentro del cuarto, y la marquesa y el otro jesuita se apresuraron a entrar... El padre Mateu estaba sentado a la cabecera del lecho, extenuado y jadeante, como si en aquella hora escasa hubiera perdido el corto resto de fuerzas que le quedaban.

Es algo como si gracias a una nueva sutileza del oído, capaz de percibir todas las voces espirituales, vibraciones de efectos maravillosos hubieran atravesado la pesada armazón mortal, como si la «belleza nacida del murmullo de los sonidos» hubiera pasado por la fisonomía del que los escucha.

A doña Lupe la conozco como si la hubiera parido. Cuando la veas, pregúntale por Mauricia la Dura, y verás cómo me pone en las nubes. ¡Ah!, ¡cuánta guita le he llevado! A me llaman la dura; pero a ella debieran llamarla la apretada. Pero es mujer de mucho caletre y que se sabe timonear. ¿Qué te crees ? Tiene millones escondidos en el Banco y en el Monte. ¡Digo!

Repentinamente, un pequeño desarreglo en el motor, un descuido de los encargados de su preparación, algo de poca importancia en tiempo ordinario... Y tenía que descender, imposibilitado de seguir su vuelo; pero el viento y la desgracia le hacían tocar tierra en las líneas alemanas. Cien metros más acá, hubiera caído entre los suyos... ¡Qué quieres!

El viajero experimentó al ver el pabellón del Círculo cierto impulso de alegría, y por un movimiento espontáneo, que tenía mucho de pueril, quitóse el sombrero como para saludarle a tan enorme distancia, con tanto respeto y entusiasmo, como si a su sombra hubiera de encontrar lo menos... 150.000 duros al 15 por 100, que daban por suma total los varios sumandos de sus realidades.

Oíalo todo Florela, que a poca distancia estaba, entre el follaje de un bello jazmín escondida, y oyó asimismo que Margarita dijo, con la voz apenada y débil, y tan apasionada, aunque quería ocultarlo, como si su voz hubiera salido de en medio de sus doloridas entrañas: ¡Ay, señor mío, que yo también estoy espantada de misma, porque no debiendo tener ni corazón ni alma más que para la desgracia, que nunca lloraré bastantemente, del fallecimiento de la desventurada madre mía, en cosas pienso que tan lejos están de mi madre como de mi ventura!

Estremeciéronse los jueces de tan horrenda blasfemia; poco faltó para que rasgaran sus vestiduras al oir palabras tan impías, y las hubieran rasgado sin duda, si hubiera tenido Zadig con que pagarlas; mas se moderáron en la violencia de su dolor, y se ciñéron á condenar al reo á ser quemado vivo. Desesperado Setoc usó todo su crédito para librar á su amigo, pero en breve le impusiéron silencio.