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Actualizado: 14 de junio de 2025


Tocó el cerrojo para cerciorarse de que estaba corrido, y se fue a la sala. Patricia volvió a la cocina. «En todo caso, es demasiado pronto» pensó Fortunata sentándose en una silla y poniéndose a pensar. Fue como una concesión a las ideas malas que con tanta presteza surgían de su cerebro, como salen del hormiguero las hormigas, en larga procesión, negras y diligentes.

La gente que estaba en esta playa no tardó en vernos, y la noticia circuló por todo el pueblo. ¡El Socarrao venía perseguido por un cañonero! Había que ver lo que ocurrió. Una verdadera revolución: créame usted, caballero. Medio pueblo era pariente nuestro, y los demás comían más o menos directamente del negocio. Esta playa parecía un hormiguero.

Entre el hormiguero de pequeños crustáceos que se movían en el fondo arenoso, cazando, comiendo ó batiéndose con feroz enredijo de patas, buscaban los observadores á un ser bizarro y extravagante, el paguro, apodado Bernardo el Eremita. Era una caracola que avanzaba recta como una torre sobre unas patas de cangrejo, teniendo por corona la cabellera de una anémona de mar.

La nieve brillaba en las cumbres, herida por el sol; destacaba su virginal blancura sobre el intenso azul del cielo, cayendo en líneas serpenteadas, sierra abajo, por los derrumbaderos y barrancos. El panorama grandioso hacía olvidar la miseria de este hormiguero de la busca, donde seres humanos buscaban su subsistencia en los despojos abandonados por sus semejantes.

El viejo, alto, recto y firme, como un poste del telégrafo, y un jesuita bajo y de edad mediana, eran los únicos varones que descollaban entre el consabido hormiguero femenil.

Habia en uno de los planetas que giran en torno de la estrella llamada Sirio, un mozo de mucho talento, á quien tuve la honra de conocer en el postrer viage que hizo á nuestro mezquino hormiguero. Era su nombre Micromegas, nombre que cae perfectamente á todo grande, y tenia ocho leguas de alto; quiero decir veinte y quatro mil pasos geométricos de cinco piés de rey.

Abajo había tanto hombre que parecía un hormiguero. ¡Cristianos!, ¡yo no de dónde salió tanta criatura! Pues no es nada, dije para mi chaleco, ¡las hogazas de pan que se amasarán en la villa de Madrid!... Pero asómbrense ustedes; toda esa gente había ido allí, ¿a qué?... ¡a oír cantar a la Gaviota! Momo hizo una pausa, teniendo las manos extendidas y abiertas a la altura de su cara.

Veíasele atravesar la plaza, agitando los faldones de su levitón color de café, pasar bajo la arquería de la Recova, perderse entre el hormiguero de la acera y al cabo de corto rato reaparecer, por el lado contrario, la chistera en la mano y secándose la frente y la calva con el pañuelo.

Podía dar nuevas seguras y anticipadas de sus cóleras, de sus desmayos, de sus sonrisas, de sus más profundas palpitaciones. El monstruo le abría su seno líquido, como a un confidente leal: le decía cuánto se aburría en su prisión de granito, y qué ganas le acometían a veces, presenciando las infamias de los hombres, de precipitarse sobre la tierra, y barrer de una vez este asqueroso hormiguero.

Flimnap pasó una segunda noche sin dormir. Tenía ante sus ojos á todas horas el rostro doloroso del gigante caído. Contemplaba sus manos cubiertas de sangre, su cuello surcado por dos profundos arañazos, su gesto de cólera impotente, que hacía recordar la desesperación pueril de un niño abandonado. ¡Morir así! murmuraba el vencido . ¡Acabar á manos de este hormiguero de hombres-insectos!...

Palabra del Dia

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