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Actualizado: 22 de junio de 2025


Para no faltar a esta regla de los preceptistas y cumplir con el semper ad aventum festina de Horacio, nos abstendremos de referir las cosas con la pausa con que las refirió donna Olimpia, y las referiremos tan en resumen, que más parezcan el plan o el índice de la historia que la historia misma.

Una molestia de algunos meses, que no modificaba su resolución de entrar en la familia. ¡Adelante! El asmático, en su manía verbosa, hablaba a Jaime de sus descendientes, de los ilustres Febrer, los caballeros más buenos y nobles de la isla. Yo tuve el honor de ser muy amigo de su señor abuelo don Horacio. Febrer le miró asombrado... ¡Mentira!

No, niño; no pierdas el tiempo. ¡Los clásicos! ¡Los grandes autores del siglo de Augusto! Virgilio... ¡el dulce Virgilio! Horacio.... Y si no tienes muy firmes tus latines, los clásicos españoles.... Fr.

Don Horacio recordaba el esplendor de estas recepciones. Los antiguos sabían hacer las cosas en grande. Cuando nació tu padre decía a su nieto , fue la última fiesta en esta casa. Ochocientas libras mallorquinas pagué a un confitero del Borne por azucarillos, bizcochos y refrescos. De su padre se acordaba Jaime menos que de su abuelo.

Hable usted con entera confianza, le dije, y á despecho suyo le cogí el sombrero que tenia en la mano, y se lo coloqué en una silla. Despues aproximé mi asiento al suyo, y le exhorté con una mirada de interés y de afecto. Es el caso, dijo animándose nuestro interlocutor, que tengo una viva curiosidad porque usted me explique lo que me dijo ayer en Versalles, sobre la pintura de Horacio Vernet.

Quiero decir, Sancho, que el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera. ¿Quién piensas que arrojó a Horacio del puente abajo, armado de todas armas, en la profundidad del Tibre? ¿Quién abrasó el brazo y la mano a Mucio? ¿Quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma? ¿Quién, contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César?

En fin, todas sus conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo; que de los modernos romancistas no hace mucha cuenta; y, con todo el mal cariño que muestra tener a la poesía de romance, le tiene agora desvanecidos los pensamientos el hacer una glosa a cuatro versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de justa literaria.

Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas, pero si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele: porque lícito es al poeta escribir contra la invidia, y decir en sus versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que, a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto.

El tío Frasquito recordaba haber aprendido en el Colegio Imperial, allá cincuenta años antes, aquello de Horacio: «Fecundi calices quem non fecere disertum?». Y el ponche fue aceptado con disimulado entusiasmo.

Cuando vivia aquel pobre soldado, no tenia tal vez en el mundo ni casa, ni abrigo, ni familia; muerto y abandonado en aquel campo de batalla, Horacio Vernet le ha dado un palacio.

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