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Actualizado: 22 de junio de 2025


Plantose en la casa de los protestantes a reclamar a la tarasca. Tun, tun... ¿quién?... yo... Y salió el pastor, que es uno que llaman D. Horacio, que tiene el pelo colorado y ralo, como barbas de maíz; salió también la pastora, su mujer, que es una tal doña Malvina... buenas personas los dos, porque lo protestante no quita lo decente.

, señor, contestó el ingeniero. Pues bien, repuse yo, ahí está Horacio Vernet; ahí están los cuadros de Versalles; ahí están aquellas preciosas batallas. Cada una de las renovaciones que ha operado en el mundo la ley cristiana, tiene sus artífices, sus personajes, sus creadores, sus artistas históricos, si así puede decirse.

D. Horacio dijo que nones y que haría valer sus derechos luteranos ante el mismo Tribunal Supremo; amoscose la otra, y doña Malvina sacó el libro de la Constitución, a lo que replicó Guillermina que ella no entendía de constituciones ni de libros de caballerías. Por fin, acudió la católica al Gobernador, y el Gobernador mandó que saliese Mauricia del poder de Poncio Pilatos, o sea de D. Horacio.

Virgilio, Cicerón, Tíbulo, y el mismo Horacio, que imprimieron semejante carácter al genio romano, ¿no habían nacido por cierto, como nosotros, durante las espantosas luchas civiles de Roma, entre el barullo de las proscripciones de Mario, de Syla o de César?

¿Ves, qué cosas? observó doña Lupe . Ahí tienes los belenes que se arman por la religión. Bien decía mi Jáuregui que él era muy liberal, pero que no le petaba por la libertad de cultos. Pues aguárdense ustedes, que falta lo mejor. D. Horacio, como inglés que sabe respetar las leyes, obedeció la orden del Gobernador, reservándose el sostener su derecho ante los tribunales.

Esta poca importancia que yo atribuia á Horacio Vernet y á sus cuadros, debe provenir de que yo ignoro las revoluciones por que el arte ha pasado en la historia; debe provenir de que yo ignoro lo que ha sucedido en el mundo, y deseo vivamente que se tome usted la molestia de explicarme el asunto.

De un hombre desgraciado ha hecho un héroe; de un infortunio, de una desventura, de un dolor, de aquella lágrima derramada allí, ha hecho Horacio Vernet una solemnidad, una magnificencia, una gloria. ¡Dios le dará toda la que merece por el bien que hizo al mundo, por el consuelo que da á mi corazon!

»Ya me sonreía el ser feliz; ¿cómo resistir a serlo demasiado? »La otra, con su laconismo, acabó lo que la primera había empezado: »No hay nada tan hermoso ni tan bueno como el celibato. »Menandro y Horacio son los únicos culpables... Sólo a ellos, señora, debe usted dirigir sus reproches... si los hay. »Reciba usted, apreciable persona seria, el homenaje de todo mi respeto.

A su señor abuelo le conocían todos en la isla y con todos hablaba, pero guardando una gravedad que imponía respeto a las gentes sin alejarlas. ¡Pero de esto a ser amigo suyo!... Tal vez le habría tratado con motivo de alguno de los préstamos que necesitaba don Horacio para sostener su fortuna en plena decadencia.

Llorar por él, y resucitarlo con aquella lágrima de salud, ¿eso es gentil, revolucionario, protestante? El arte de Horacio Vernet es el arte del infortunio, del dolor; el arte de la Vírgen María que llora por su hijo al pié de la cruz.

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