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Actualizado: 9 de junio de 2025


Esa misma noche, Schiller me contestaba en este diálogo admirablemente entre Tell y su hijo: Walther, mostrando el Bannberg. Padre, ¿es cierto que sobre esa montaña, los árboles sangran cuando se les hiere con el hacha? Tell ¿Quién te ha dicho eso, niño?

La reventazón rompía con tal furor en las rocas del fuerte de San Cristóbal, que salpicaba de copos de blanca espuma las hojas secas y amarillentas de las higueras, árbol del estío, que no se place sino a los rayos de un sol ardiente, y cuyas hojas, a pesar de su tosco exterior, no resisten al primer golpe frío que las hiere.

Es evidente que lo característico, lo que se toma por imitación de la naturaleza, puede y suele ser pasión dolorosa, acción llena de tumulto y de pena, algo que en la realidad lastima, hiere, mata o aflige, en vez de causar deleite. El arte, al reproducirlo y trasformarlo, cambia en contentamiento la amargura, y encalma la desesperación.

Óyese ruído; Aquilano intenta esconderse entre las ramas de un árbol, pero cae al suelo y se hiere. Esta caída, juntamente con la pena de verse desairado, lo postran al fin en el lecho del dolor. El rey, que aprecia mucho al joven, cuida de su salud con esmero; el médico opina que el sosiego y la tranquilidad contribuirán principalmente á su curación, y excita á varias damas á visitarlo.

En aquella presencia íntima con que una operacion ó una impresion se ofrece al espíritu, tambien hay una especie de luz clara, viva, que hiere por decirlo así el ojo del alma, y no le permite dejar de ver lo que tiene delante.

Es un reptil que si le arrojamos de nuestro pecho, se arrastra y enrosca á nuestros pies; y cuando pisamos un extremo de su flexible cuerpo, se vuelve y nos hiere con emponzoñada picadura. Necesidad de una lucha continua.

Tenía puesta una bata de un gris muy claro, guarnecida con encajes y lazos del color que toma el granate cuando la luz le hiere. Las medias, de finísima seda, eran del mismo color, y ceñían sus pies unas chinelas grises, que aun siendo muy pequeñas, eran grandes para ella.

La lucidez de mi amoroso anhelo entrevé tu límpida mirada, que a través de las sombras de tu velo me hiere el corazón como una espada. Marchando, silenciosa y recatada, hacia el altar, con religioso celo, pareces una virgen arrancada de las alturas del divino cielo. La nieve de tu frente se ilumina cuando el ungido tu presencia acierta y a darte el cuerpo de Jesús se inclina;

Esto hiere mi amor propio y no estoy dispuesto a sacrificarlo por ningún matrimonio, ni contigo ni con nadie. ¿Quieres decir que no me estimas lo bastante para sufrir por ninguna molestia? Esa clase de molestias no. Entonces tu amor es más ligero que esa niebla que cae sobre las charcas y que barre un pequeño soplo de viento.

Artegui, de pie, se veía claramente en los garzos ojos que hacia él alzaba Lucía, ojos que, a pesar de la obscuridad del cielo, parecían salpicados de pajuelas luminosas. ¡Muriendo! repitió ella, como el árbol repercute el sonido del golpe que le hiere. Muriendo.

Palabra del Dia

rigoleto

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