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Al principio, el mancebo manifestó no poca repugnancia por aquel espionaje, declarando que a él le parecía más derecho requerir con franqueza a don Enrique Dávila o al mismo Bracamonte; pero el Canónigo le hizo pensar en la necesidad de una previa certidumbre; y, al referirse al peligro de que su llaga se reabriese en el tráfago de las escaleras, le dijo: Si tal os sucede, hijo mío, haréis de cuenta que os hicisteis herir, una vez más, en servicio del Rey y de la honra de vuestra casa.

Pero si yo no os pregunto nada de eso; si no quiero saber nada de eso dijo doña Clara. Sabéis que os he visto así, doña Clara, tamañita, cuando érais de la cámara de la infanta doña Catalina. Que os he seguido paso á paso, cuando os hicísteis mozuela, y después cuando fuísteis moza, hasta ahora que sois la dama de las damas. A propósito, se murmura que os nombran dama de honor.

Tiempos en que amor solía calmar piadoso mi afán, ¿qué os hicisteis? ¿Dónde están vuestra gloria y mi alegría? ¿De amor el suspiro tierno y aquel placer sin igual, tan breve para mi mal aunque en mi memoria eterno? Ya pasó... mi juventud los tiranos marchitaron, y a mi vida prepararon junto al altar el ataúd.

7 Y os metí en tierra del Carmelo, para que comieseis su fruto y su bien; mas entrasteis, y contaminasteis mi tierra, e hicisteis abominable mi heredad. 8 Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde [está] el SE

4 Saliendo ellos de la ciudad, que aún no se habían alejado, dijo José a su mayordomo: Levántate, y sigue a esos hombres; y cuando los alcanzares, diles: ¿Por qué habéis vuelto mal por bien? Habéis hecho mal en lo que hicisteis. 6 Cuando él los alcanzó, les dijo estas palabras. 7 Y ellos le respondieron: ¿Por qué dice mi señor tales cosas? Nunca tal hagan tus siervos.

Cuando la desgracia me ha herido, he dicho para : esto es que Dios me avisa. Había salido del alcázar loco y desesperado sin saber qué hacer, sin saber dónde ir, y me acordé de vos, padre. Hicísteis bien, pero nos vamos olvidando del asunto principal. , ciertamente; de mi examen de conciencia. Veamos: recorramos el decálogo. ¿Habéis amado á Dios sobre todas las cosas?

Tengo, por decirlo así, la certidumbre de que se encontraría justicia en lo que os ha sucedido, si se pudiera descubrirla; así como a veces estoy segura de haber puesto una cosa en un sitio, aunque, no consiga dar con él. No teníais por qué desesperaros como lo hicisteis.

Que vos hicisteis cosa tan mostruosa, Que bien se dice boca del infierno. Aquesta dicen fué causa forzosa De aqueste terremoto, y que el caverno Con furia levantó la gran tormenta; Aquel volcan azufre y fuego avienta. Pues no bastó el temblor tan espantoso Para que una mestiza se enmendase, Que fraguado tenia un mal famoso, Que quiso de su mal fama durase.

42 Y Dios se apartó, y los entregó que sirviesen al ejército del cielo; como está escrito en el libro de los profetas: ¿Me ofrecisteis víctimas y sacrificios en el desierto por cuarenta años, Casa de Israel? 43 Antes, trajisteis el tabernáculo de Moloc, y la estrella de vuestro dios Renfán; figuras que os hicisteis para adorarlas. Os transportaré pues, más allá de Babilonia.

No agitaba mi pecho el apetito heróico de dirigir, desde lo alto de un trono, vastos rebaños humanos; pero me abrasaba el deseo de poder comer en el Hotel Central, con champagne, apretar la mano de mimosas vizcondesas, y, por lo menos, dos veces a la semana, dormir, en un éxtasis mudo, sobre el fresco seno de Venus. ¡Oh, elegantes que os dirigíais vivamente a San Carlos abrigados en costosos paletots, luciendo la blanca corbata de «soirée!» ¡Oh, carruajes llenos de mujeres vestidas a la andaluza, rodando gallardamente hacia los toros, cuántas veces me hicísteis suspirar!