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Actualizado: 11 de junio de 2025


Gallardo, luego de poner un duro en su seca mano, pugnaba por huir de esta charla, que comenzaba a temblar con estremecimientos de llanto. ¡Maldita bruja! ¡Venir a recordarle en día de corrida al pobre Lechuguero, camarada de los primeros años, al que había visto morir casi instantáneamente de una cornada en el corazón en la plaza de Lebrija, cuando los dos toreaban como novilleros! ¡Vieja de peor sombra!... La empujó, y ella, pasando del enternecimiento a la alegría con una inconsciencia de pájaro, prorrumpió en requiebros entusiastas a los mozos valientes, a los buenos toreros que se llevan el dinero de los públicos y el corazón de las hembras.

Tenían las formas más pronunciadas que las hembras vizcaínas, con algo de voluptuoso y mórbido que hacía recordar el título de «Andalucía vasca», que muchos daban á Guipúzcoa; pero en su mirada había una expresión varonil y enérgica que hacía pensar en las fanáticas heroínas de la Vendée.

Razonando filosóficamente, pensó que era tontuna perderse un hombre por perrerías de una mala pécora; que de hembras está más poblado este pícaro mundo, y que como dijo no quién, las mujeres son como las ranas, que por una que zambulle salen cuatro a flor de agua.

Y miraban con simpatía casi amorosa a los soldados que pasaban por la calle. ¡Mardito seáis ustedes, señoritos! rugían las míseras hembras en su desesperación. Quiera Dios que algún día mandemos los probes...

De seguir los consejos de su padre, la veríamos antes de pocos años sucederle en el alto cargo de Padre de los Maestros. Pero tiene un alma débil y contemporizadora, como la de aquellas hembras que en los primeros días de la Verdadera Revolución lloraban é intercedían por los varones.

«¡Si me viese miss Mary! pensó . Tal vez me comparase a un Sigfrido rústico yendo a matar el dragón que guarda el tesoro de Ibiza... ¡Si me viesen otras mujeres que he conocido, y todo lo encontraban ridículo!...» Pero su amor se sobrepuso inmediatamente a tales recuerdos. ¡Si le viesen! ¿y qué?... Margalida valía más que las hembras que él había conocido antes: era la primera, la única.

Admirábalo Jaime como a un precursor que le salvaba de sus dudas. ¿Qué tenía de extraño que él se uniese a una chueta, igual a las otras mujeres en costumbres, creencias y educación, si el más famoso de los Febrer, en una época de intolerancia, había vivido, fuera de toda ley, con hembras infieles?... Pero los prejuicios de familia despertaban en Jaime como un remordimiento, haciéndole recordar una cláusula del testamento del comendador.

No estará de más que con la mayor reserva diga yo aquí, para ilustrar á mis lectores, que la poetisa tenía, entre otros, un defecto que suele ser cosa corriente entre las hembras que agarran la pluma cuando sólo para la aguja sirven, es decir, la envidia. «Pues verán ustedes ahora continuó D. Marcos cómo armo yo el desenlace de tan estupendo suceso.

Odiaban de pronto a don Isidro, admirándolo más que antes. Nunca les había parecido tan grandioso. ¡Ah, los ricos! Tenían la plata, tenían las comodidades, y además se llevaban las mejores mozas. A impulsos de la envidia hacían comparaciones, pasando su mirada de la fresca Nélida a las pobres hembras despechugadas, sucias y curtidas por el sol. Una porquería todas ellas. ¡Ah, miseria!...

Además, el fino trato de su mujer, la perpetua compañía de sus hijas suavizara ya las tradiciones rudas que por parte de los la Lage conservaba don Manuel: cinco hembras respetadas y queridas civilizan al hombre más agreste. He aquí por qué el suegro, a pesar de encontrarse cronológicamente una generación más atrás que su yerno, estaba moralmente bastantes años delante.

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