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Actualizado: 4 de junio de 2025
Tiene las prendas con que se cubre, destrozadas y llenas de remiendos, la gorra reluciente de mugre, las manos guarnecidas por escamas de roña, los ojos legañosos y el bigote quemado de apurar colillas; todo él es seboso y hediondo. Sus compañeros le llaman Pachín el Guarro.
Era ya tarde: los quinqués habían llegado al tercer período de su reverberación dificultosa, es decir, estaban en los instantes precursores de su completo aniquilamiento, y las mechas despedían humo más hediondo y abundante. Uno de los mozos se había marchado á dormir; otro roncaba junto á la puerta, y el tercero había salido con los parroquianos.
De trecho en trecho humeaban al sol los estanques como inmensas cubas, conservando en el fondo un resto de vida en movimiento, un hormigueo de salamandras, arañas y moscas de agua en busca de rincones húmedos. Había allí un aire hediondo, una bruma de miasmas densamente flotante, que innumerables torbellinos de mosquitos espesaban.
Por tanto, abierta la sepultura, se halló el cuerpo sin la menor corrupción, como si aquella tierra bendita rehusase mezclarse con aquellos miembros, cuya alma era un tizón del infierno; pero exhalaba el cuerpo un espantoso y hediondo humo, con que se veía bien claro que era cosa más que natural.
El héroe da su vida al sentimiento de la gloria; el mártir da su vida al sentimiento de la fe; pero cuando llega la hora de morir, mueren con dolor. La madre que muere por sus hijos, muere con placer. La madre mantendria á sus hijos con sus propias lágrimas. La madre tirita cuando ve que sus hijos tienen frio. Una madre murió en un lecho hediondo, lleno de harapos.
Y siempre aquel olor hediondo. En la comida fue preciso pasar sin agua. Las cisternas, las fuentes, los pozos, los víveres de pesca, todo estaba inficionado. Por la noche, en mi alcoba, donde, no obstante, se habían matado enormes cantidades, oía aún rebullicio debajo de los muebles, y ese crujir de élitros semejante al peterreo de los dientes de ajo que estallan con los calores fuertes.
La Mariposa, al reconocer a su nieto, quiso abrazarle, pero se contuvo mirando sus manos sucias por el hediondo cocineo. Maltrana, sofocado por el calor, se sentó en la plazoleta, buscando la sombra de una de las cabañas. La abuela mostró gran asombro por su visita. ¡Quién podía esperarte!... ¡Tanto tiempo sin venir a verme! Desde que hiciste la calaverada con la chica del Mosco...
Adoraba el vino con el entusiasmo de la gente del campo que no conoce otro alimento que el pan de las teleras, el pan de los gazpachos o el ajo caliente, y obligada a rociar con agua esta comida insípida, sin otra grasa que el hediondo aceite del condimento, sueña con el vino, viendo en él la energía de su existencia, la alegría de su pensamiento.
Los niños vivian. Para arrancárselos á la mujer que ocupaba el lecho, fué necesario enderezar aquellos brazos rígidos, que tenia presas á las dos criaturas. Para arrancar esas criaturas á la mujer que ocupaba aquel lecho hediondo, fué necesario luchar con su cadáver. Aquella madre abrigó á sus hijos con su desnudez; los calentó con su propio frio, con el frio de la muerte.
Nosotros tenemos también que sacudir algo á modo de yugo, que no me atrevo á condenar ni por de bárbaros ni por hediondo; pero que sí calificaré de pesado y de vergonzoso, y que nos convertirá en Nación-Job, si hemos de seguir sufriéndole.
Palabra del Dia
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