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Creyó asistir á una fiesta de marineros hambrientos, ansiosos de resarcirse de un golpe de todas las privaciones anteriores. Y sentía los mismos deseos de huir que su padre. De este viaje volvió Marcelo Desnoyers con una melancólica resignación. Aquellas gentes habían progresado mucho. El no era un patriota ciego, y reconocía lo evidente.

Cómo tuvo lugar aquella pesca milagrosa no se sabe; sin duda, el pretendiente, que era pobre, olfateó la herencia en un día de vagancia, como los perros hambrientos que huelen la carne de lejos, y se plantó en la esquina y rondó la casa e hizo todas las tonterías que en semejantes casos se hacen, pero no entró en la fortaleza, porque estaba bien guardada.

Con otros pescadores vino Shumarkoff a llevarse los colmillos, de tres varas de largo. Y los perros hambrientos le comieron la carne, que estaba fresca todavía, y blanda como carne nueva: de noche, en la oscuridad, de cien perros a la vez se oía el roer de los dientes, el gruñido de gusto, el ruido de las lenguas.

Mientras torrentes de luz roja y azul le daban matices fantasmagóricos, revoloteaban a su alrededor, electrizados por su voz aguda y dominante, los enormes murciélagos hambrientos, ávidos de sorberle la sangre bajo su piel pintada y sudorosa. Pronto se cansó el público parisiense de Catalina y sus vampiros.

Sonrió el patriarca a Fernando, sin interrumpir por esto su conversación con Pérez. Hablaban de política, conviniendo los dos en un gran amor por los gobiernos fuertes y en la necesidad de fusilar a todos los enemigos de la autoridad. El señor Kasper odiaba las repúblicas, gobiernos de pelagatos con levita, de parlanchines hambrientos.

Atravesaba Madrid con el rubor del pedigüeño, con la vileza del mendigo de levita, inventando embustes para comer, mientras los hambrientos de blusa encontraban siempre un medio para satisfacer su hambre.

Y allá marchaban todos, afrontando la nostalgia del recuerdo o las necesidades del presente; revueltos, confundidos, igualados por la ilusión común... ¡Buenos Aires! ¡Qué magia poderosa la de este nombre, que hacía correr a los miserables, como ratones hambrientos, para ocultarse en las entrañas de los buques!... Se impacientó Maltrana ante la monotonía del desfile.

Lo que le tiene nervioso es cierto suboficial americano, joven y membrudo, que siente la manía de pasear en torno de su vivienda, y ciertos ojos claros que le siguen hambrientos desde una ventana, cierta boca carnuda que le sonríe, ciertas manos que él cree haber sorprendido de lejos arrojando una flor, y cuya propietaria le grita furiosa todos los días para convencerle de que ha visto visiones.

Además, don Álvaro comprendía que ya no podía pagar a Petra sus servicios con amor, porque cada día era más urgente economizarlo; y llevando a la chica a la fonda, allí otros huéspedes hambrientos de esta clase de bocados la distraerían y él cumpliría con propinas en adelante. En suma, ya le estorbaba Petra en el caserón de los Ozores por muchos conceptos.

Sirve de pan, y tienen sabor parecido al de las batatas dulces. La cena fué triste; y aunque los dos hombres estaban hambrientos comieron poco, porque la inquietud les había quitado el apetito.