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Actualizado: 5 de junio de 2025


Perdona, Clara dijo al fin tímidamente . Si debiese mi perdón a tus súplicas nunca podría creer en él y mi existencia sería un continuo tormento. Tienes razón respondió aquélla quedando un momento perpleja . Marcha esta tarde. Mañana saldré yo. Después le dio cuenta del sitio donde se hallaba su hermano.

Me comprometía siempre á acompañarle, y hallaba placer en mi cariño, en el ardor impaciente de mi edad, y para decirlo todo, en una fácil obediencia y en la cobardía de mi corazón.

Pero éste alzó los hombros y respondió, como siempre, con una desvergüenza. El majo se hallaba en una tensión de espíritu insoportable.

Peor que mi cuerpo se hallaba mi alma, llena de turbaciones, de sobresaltos y congojas, tan apenada por terribles recuerdos como por angustiosas presunciones, de tal modo, que mi pensamiento corría de lo pasado a lo futuro alternativamente, buscando en vano un poco de paz.

Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oídos de su amo; el cual, determinándose a escuchar atentamente, creyó que alguna nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su escudero; y, volviendo las riendas, con un penado galope llegó a la venta, y, hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba por donde entrar; pero no hubo llegado a las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vio el mal juego que se le hacía a su escudero.

Porque D.ª Serafina Barrado, aunque estaba inmóvil y atenta con los ojos puestos en el orador, ofrecía tal vaguedad en la mirada, que bien se echaba de ver que se hallaba muy lejos de lo que decía. Lo que esta señora escuchaba, con imperceptibles estremecimientos de dolor y rabia, era el rumor de la plática de su capellán con Marcelina.

En la media luz que el farol de la esquina esparcía en aquel rincón se destacaba bien clara la silueta del malagueño recostado sobre la reja, con su americana corta, pantalón claro ceñido y sombrero cordobés de alas rectas. Sin darme cuenta de lo que hacía, avancé con lentitud, el paso vacilante, y me cercioré de que detrás de la reja se hallaba Gloria.

¿No está usted fatigada, señorita? No, no; adelante. Pronto concluiremos; faltan solamente tres cargas. Aunque no quería confesarlo, se hallaba horriblemente fatigada. Sus hermosos brazos, que se trasparentaban dentro de la bata sutil que los cubría, se iban moviendo cada vez con menos soltura: tenía la boca entreabierta y respiraba aceleradamente.

La Sanguijuelera, que había visto y gozado un número infinito de funciones de tal especie desde la entrada de María Cristina hasta la de D. Juan Prim, desde esta hasta las festividades del actual reinado, hallaba en aquel espectáculo desinteresados placeres. Encarnaba en la novelería, la bullanga y el entusiasmo monárquico del antiguo pueblo de Madrid.

En este tiempo Godofredo se hallaba terminando una historia de Santa Isabel de Hungría, que se preparaba a dar a la imprenta. Y como quisiese poner al frente del libro el retrato de la Santa, pidió a Presentación el suyo para hacerlo grabar. Este rasgo ingenioso y delicado causó impresión profunda, tanto en su novia como en D.ª Carolina.

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