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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Los cuatro holandeses y Lu-Hang hacían a toda prisa los preparativos para el abandono del buque. Tenían ya en la cubierta los fusiles, algunas hachas, municiones, víveres para una semana, un gran barril lleno de agua, remos, una vela, un palo para sostenerla y algunas mantas. ¡A embarcar! ordenó el Capitán.
Yo me hinqué también, y con la cabeza humillada, repetí en el fondo de mi corazón la plegaria de aquella noble mujer. Poco después volvíamos todos, conservando aún las hachas encendidas, y más corriendo que andando, hacia el crucero.
Los que traían la artillería y mosquetes combatían con las galeras, mientras los demás trabajaban con hachas y sierras y otros instrumentos romper la palizada y cadenas que nuestras galeras tenían por reparo, de manera que con más de 20 pasos no se podía acostar ningún bajel á ellas.
Luego los hombres encontraron el cobre, que era más blando que el pedernal, y el estaño, que era más blando que el cobre, y vieron que con el fuego se le sacaba el metal a la roca, y que con el estaño y cobre juntos se hacía un metal nuevo, muy bueno para hachas y lanzas y cuchillos, y para cortar la piedra.
Trataron de acercárseles con sus hachas de piedra en la mano y dando saltos como monos; pero Van-Stael no les dejó tiempo para que llegaran hasta ellos. Una lluvia de balines cayó sobre aquel grupo de hombres. No hacía falta más para ponerles en fuga. Todos huyeron a la desesperada en dirección al bosque, dando alaridos. ¿Me equivocaba? preguntó el Capitán. No, tío dijo Cornelio.
En aquella masa confusa de hombres sólo se veía el brillo de sables y hachas que caían con ruido estridente sobre cascos y armaduras, derribando ingleses, genoveses y normandos, en medio de una gritería espantosa, de un tumulto indescriptible.
Descargadas las armas contra los más cercanos, echaron mano de las hachas, de los arpones y hasta de los remos, y se defendieron con valor sobrehumano, golpeándolos furiosamente en los cráneos y en las mandíbulas, hasta romperles los dientes o herirles las gargantas.
A la entrada de la ciudad habia un castillo en el que se veian cinco torres, y en cada una de ellas un cirio: juntos pesaban 120 arrobas, y ardieron toda la noche en la iglesia y hasta la misa de su coronacion. Desde la puerta del Portillo hasta la iglesia, la ciudad hizo poner 4000 cirios en dos hileras, y delante del Rey iban cien hachas encendidas.
Las tierras eran de lo mejor para sembrar, y la princesa tenía fama de inteligente y hermosa; así es que empezó a venir de todas partes un ejército de hombres forzudos, con el hacha al hombro y el pico al brazo. Pero todas las hachas se mellaban contra el roble, y todos los picos se rompían contra la roca.
En aquel pasajero letargo, seguí oyendo el estrépito de los cañones de la segunda y tercera batería, y después una voz que decía con furia: «¡Abordaje!... ¡las picas!... ¡las hachas!» Después la confusión fue tan grande, que no pude distinguir lo que pertenecía a las voces humanas en tal descomunal concierto.
Palabra del Dia
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