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Actualizado: 10 de junio de 2025
Spadoni escuchaba las cosas de la guerra lo mismo que si le hablasen de fábulas lejanas. El estaba por la realidad, é interrumpía al coronel para contarle cosas más interesantes. Ahora despreciaba al Casino, para frecuentar el Sporting-Club, donde se reunían los jugadores más audaces, empleando con preferencia fichas de cinco mil trancos.
Ningún ruido exterior penetraba en el oculto lugar donde todos estaban congregados, lugar en que se oían sus animadas conversaciones, porque nadie les había exigido que callasen ni que hablasen en voz baja, y donde resonaban, al andar y al moverse ellos, el ludir y el chocar de las armas que no habían depuesto y que pronto debían emplear aunque sin saber ni prever el instante mismo.
Era un cilindro de cristal no más grande que una uña del Hombre-Montaña. Al penetrar en la oreja aumentaba considerablemente su capacidad auditiva, haciendo oir la voz de los hombrecillos aunque éstos hablasen quedamente. Apenas lo puso Gillespie en el pabellón de uno de sus oídos, la Galería, que ordinariamente estaba en silencio para él, se pobló de murmullos y gritos.
A lo que les dijo el señor obispo que hablasen a sus parientes y amigos y los persuadiesen a salir de entre los montes, que la piedad del Rey les concedería terrenos y modo de subsistir en otros parajes con las comodidades que veían en los de aquel pueblo, y les destinarían ministros que los doctrinasen y enseñasen el camino del Cielo; y que esta diligencia la pusiesen en ejecución luego que volviesen a la reducción, y que de sus resultas me avisasen a mí, para que yo lo participase al señor obispo y al excelentísimo señor virrey con el informe que tuviese por conveniente; y aunque quedaron en hacerlo, particularmente el corregidor, hasta ahora nada ha resultado, ni creo resultará por lo que diré a usted.
Todos pensarán, todos juzgarán, y sin duda que sus pensamientos serán preciosos, y sus fallos respetables; y sin embargo estos hombres no se entenderian unos á otros, si se hablasen los de profesiones diferentes; si trocais los papeles, será posible que de una sociedad de genios hagais una reunion de capacidades vulgares, que tal vez llegue á ser divertida con los disparates de insensatos.
No diré precisamente que sea necio el decirse uno las cosas a sí mismo, porque al cabo, ¿dónde habían de encontrar ciertos hombres un auditorio indulgente si no hablasen consigo mismos? Lo que diré es que yo nací con buena memoria. ¡Ojalá fuera mentira!
Las lecciones se daban en latín, y para que los chicos se familiarizasen con la lengua que era llave maestra de todo el saber divino y humano, hasta se les exigía que hablasen latín en sus conversaciones privadas, de donde vino esa graciosa latinidad macarrónica, que ha producido inmenso centón de chistes, y hasta algunas piezas literarias, que no carecen de mérito, como la Metrificatio invectivalis de Iriarte y las sátiras políticas que se han hecho después.
Hasta entonces sólo habían cambiado unas cuantas frases, pero sin tener una conversación formal: por lo tanto, la primera vez que hablasen a sus anchas, la entrevista tendría importancia, dada la grata complicidad establecida entre ambos.
Las gentes se abordaban en la calle sonriendo: «¿Qué noticias hay de la revolución?» lo mismo que si hablasen de la lluvia o del buen tiempo. Y Montaner salió en una diligencia, como único pasajero, hacia el pueblo dónde estaba su compatriota. A las pocas horas, unos hombres a caballo, armados de lanzas, con pañuelos rojos al cuello, rodearon la diligencia.
Y en el silencio de la noche, volvió á reanudar su lúgubre cantinela, á la luz de la luna, camino del cementerio. Lo único que le indignaba era que le hablasen de la extensión de la parroquia y lo difícil de servirla un hombre solo. ¡No, carape!: él tenía fuerzas para servir á Dios hasta que reventase; sobre todo, tratándose de entierros.
Palabra del Dia
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