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Actualizado: 13 de octubre de 2025


La noche era calurosa, y ellos, habituados al encierro y el silencio de las Claverías, sentían la alegría de la libertad permaneciendo en aquel balcón, con Toledo a sus pies y la inmensidad del espacio ante sus ojos. Sagrario, que no había salido del claustro alto desde que volvió a la casa paterna, contemplaba el cielo con admiración. ¡Cuántas estrellas! murmuró, como si soñase.

Habituados todos á hacer leña en el monte, conocían los diversos ruidos de las hachas como si éstas hablasen. Sabían, por el crujido de la madera, lo que faltaba á cada tronco para partirse.

Habituados a verse, Jaime la saludaba con una sonrisa, y ella parecía contestarle tímidamente con el brillo de sus ojos. Una mañana, al salir de su cuarto, encontró a la inglesita en un rellano de la escalera. Inclinaba su busto de muchacho sobre la barandilla. ¡Liftlift! gritaba con su vocecita de pájaro, avisando al encargado del ascensor para que lo subiese.

Aresti admiraba á los trabajadores, que estaban allí como en su casa, habituados á una temperatura asfixiante, moviéndose como salamandras entre arroyos de fuego, enjutos, ennegrecidos cual momias, como si el incendio hubiese absorbido sus músculos, dejándoles el esqueleto y la piel.

Siguiendo la costumbre, ocultaba parte del rostro en un pañuelo que sostenía con el brazo apoyado en el tamboril. Febrer sentía congoja al escuchar esta voz doliente. Creía que iba a desgarrarse su pecho, a estallar su garganta; pero los oyentes, habituados al canto bárbaro, tan anonadador como la danza, no paraban atención en la fatiga del cantor ni se cansaban de su interminable relato.

Mas el tiempo en que permanecí indeciso fue suficiente para que el cura se marchara y, tosiendo hasta reventar, se alejase hacia el altar mayor, donde su negra silueta se abatió para alzarse de nuevo y salir por la puertecita lateral. La iglesia quedó al fin verdaderamente solitaria. Mis ojos, habituados ya a la oscuridad, podían explorar todos sus rincones.

Para recibir a los huéspedes fugaces, para no espantar los ojos de los ciudadanos, más habituados a las decoraciones teatrales, parecía que a su real magnificencia, esta Naturaleza consentía en mostrarse más vulgar y menos salvaje.

Entretanto, en la aristocrática Tercera Avenida no hay elevado, ni tranvías, y al Central Park no entran los humildes fiacres que estamos habituados a ver en el Bois de Boulogne. No critico la medida, pero hago constar la falta de lógica. Puedo asegurar que no hay pueblo sobre la tierra que apegue más importancia a las preocupaciones humanas que radican en la vanidad.

Sus estómagos, poco habituados al pienso fuerte con que pretendían reanimar sus fuerzas, iban sembrando el pavimento de residuos humeantes y mal cocidos por una digestión anormal. Para montar esta miserable caballada, trémula de locura o próxima a desplomarse de miseria, necesitábase tanto valor como para hacer frente al toro.

Todos aquellos hombres, habituados a las faenas de la iglesia, lentas, regulares, calmosas y con largos intervalos de descanso, admiraban la nerviosa actividad de Sagrario. Se va usted a matar, criatura decía el viejo manchador del órgano . bien lo que es eso. Algo parecido hago yo, ¡dale que dale a los fuelles!

Palabra del Dia

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