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Hay que admirar la fuerza y salud robustísimas que le permitieron producir una de las más copiosas obras literarias que posee la humanidad, como por juego, sin que en momento alguno se advierta fatiga ni esfuerzo; hay que admirar el caudal de simpatía, el hechizo para la conversación y trato de gentes que se manifiesta en sus cartas y nos hace comprender el perenne afecto que sintió hacia él el Duque de Sessa, y sus triunfos amatorios cuando ya ni la edad ni el hábito permitían esperar tales cosas; hay que admirar una inmensa capacidad de saber, un conocimiento de cosas antiguas y contemporáneas absolutamente sin igual, una potencia retentiva y un don de observación que tocan en lo fabuloso.

Vístete bien, que un palo compuesto no parece palo. No digo que traigas dijes ni galas, ni que siendo juez te vistas como soldado, sino que te adornes con el hábito que tu oficio requiere, con tal que sea limpio y bien compuesto.

Pues mirad: podré engañarme, pero ese don Juan no me gusta. ¡Y yo que traía á vuestra majestad para que la firmase una real cédula de merced, para ese don Juan, del hábito de Santiago!

Comedias de D. Juan Bautista Diamante, del hábito de San Juan, Prior y Comendador de Morón. Madrid, 1670 y 1674: dos tomos. Voltaire, á la verdad, nombra á Diamante en sus Comentarios á Corneille, pero nada dice de esta cuestión; no así el abate Arnaud, que lo menciona y describe, tal como es, en la Gazette litteraire de París, tomo II.

La función bonitísima; pero ¿no vio usted cuánto mamarracho? La de Cucúrbitas se fue a la iglesia con aquel estrepitoso vestido color de tabaco que parece un hábito de la orden de Estancadas. El uniforme de la casa. La de San Salomó estaba también muy estrepitosa.

Su excelencia me da muchas todos los días, señora contestó respetuosamente Santos. Una orden de... prisión. Efectivamente, señora: su excelencia me ha dado orden de que mande en su nombre á un alcalde de casa y corte, que prenda á... ¿Don Francisco de Quevedo? , señora. Don Francisco es caballero del hábito de Santiago y no puede ir á la cárcel dijo doña Catalina. Se le prenderá en su casa.

Di traza con los que me ayudaron de mudar de hábito y ponerme calza de obra y vestido al uso, cuellos grandes y un lacayo en menudos: dos lacayuelos, que entonces era uso. Animáronme a ello, poniéndome por delante el provecho que se me seguiría de casarme con la ostentación, a título de rico, y que era cosa que sucedía muchas veces en la Corte.

Este hombre era don Francisco de Quevedo y Villegas, gran filósofo, gran teólogo, gran humanista, gran poeta, gran político, gran conspirador, caballero del hábito de Santiago, señor de la torre de Juan Abad, epigrama viviente, desvergüenza ambulante, gran bufón de su siglo, que acogía con carcajadas convulsivas las verdades que le arrojaba á la cara.

Con la calma vino la reflexión, le pegué un susto al soplón Ambrosio, hice que me quitaran el hábito blanco, se enfureció el abad, y por él lo siento, dejé para siempre el monasterio y aquí me tienes más contento que unas pascuas.

El hábito contraído desde la infancia de andar a caballo es un nuevo estímulo para dejar la casa. Los niños tienen el deber de echar caballos al corral apenas sale el sol, y todos los varones, hasta los pequeñuelos, ensillan su caballo, aunque no sepan qué hacerse.