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Quiso volver a su cama, pero había perdido el rumbo, la disposición de la habitación se había trastornado completamente para él. Se detuvo un segundo en el centro del cuarto, procurando orientarse en vano; tocó una puerta, encontrola abierta y al pasar el umbral, sintió un olor característico a lienzos quemados.

Al volver una noche á su casa, encuentra un desconocido, oculto en la habitación de su esposa: es un antiguo amante de Leonor, á quien ésta creía muerto ya, y al verlo vivo, y, contra su esperanza, ante sus ojos, ha permitido que se despida de ella para siempre.

El ministro fugitivo de Constantinopla hallábase alojado en el cuarto piso del hotel, en una habitación de doce francos diarios, harto opulenta para quien sólo contaba en el mundo con tres millones de deuda al 15 por 100, y sobrado mezquina para lo que juzgaba indispensable a su decoro el excelentísimo señor don Jacobo Téllez-Ponce Melgarejo, marqués consorte de Sabadell.

La reyerta primero, la inquietud después y ahora un poco de irritación y despecho, le habían agitado demasiado para poder concentrar su atención. Además, hallándose escribiendo creyó percibir en la habitación contigua cierto ruido especial, como de un baúl que se arrastra.

Después siguió adelante por el promontorio, metiéndose tierra adentro. La noche había cerrado ya completamente, y Gillespie tuvo que desistir á la media hora de continuar esta marcha sin rumbo determinado. No se veía una luz ni el menor vestigio de habitación humana. Tampoco llegó á descubrir la existencia de animales bajo la maleza, en la que se hundía á veces hasta la cintura.

Hecha esta operación colocan el féretro en el centro de la mejor habitación de la casa y principian las fiestas que duran mientras tiene dinero que gastar la familia.

Llevaba en los brazos á un tierno infante de unos tres meses de edad, que cerró los ojos y volvió la carita á un lado, esquivando la demasiada claridad del día, cosa muy natural como que su existencia hasta entonces la había pasado en las tinieblas de un calabozo, ó en otra habitación sombría de la cárcel.

El humo de la habitación comenzaba a asfixiarlo y un terror frío e indescriptible cerró sus labios y paralizó sus movimientos; un temor instintivo no le permitía moverse; prefería la duda, la inmovilidad, antes de acelerar el desenlace espantoso de aquella noche de abandono y de insomnio. En esa situación volvió a llamar tímida, cariñosamente, a Graciana, pero, como antes, nadie le respondió.

Penetraron en una habitación contigua, enteramente llena de libros, donde tres estantes de roble nuevos y vacíos ocupaban otras tantas paredes, mostrando sus enormes huecos de madera limpia, recién labrada e impregnada del olor al barniz.

Pues si soy una columna, ¿por qué no me echan encima el peso que me toca? Soy columna o palillo de dientes, señor Cardenal, ¿en qué quedamos?». El Magistral, que estaba solo y seguro de ello, dio un puñetazo sobre la mesa. Voy, señorito gritó una voz dulce y fresca desde una habitación contigua. El Magistral no oyó siquiera.