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Actualizado: 3 de agosto de 2024


Ella hace lo que él le dice, y después saca del bolsillo el fino pañuelo de batista que ha llevado al baile. No puede servir de mucho dice Juan, y con mano temblorosa coge su grueso pañuelo. Déjame secarte el pie.

Por los años de 1752 recorría las calles de Lima un buhonero o mercachifle, hombre de mediana talla, grueso, de manos y facciones toscas, pelo rubio, color casi alabastrino y que representaba muy poco más de veinte años.

El uno podía tener sesenta años, feo, moreno, grueso, con largas y blancas patillas que hacían un raro contraste con su tez bronceada.

Lo mismo que la vez anterior, dió varias vueltas en torno de él con la cara oculta. Al fin se decidió á subir á una de las piernas extendidas del coloso. Entonces pudo darse cuenta de que el visitante era más grueso que Popito y se balanceaba á cada paso.

Los racimos de datiles de estas palmas son menores que los de las palmas ordinarias: y los datiles son tambien menores á proporcion. No si son comestibles. Generalmente hablando, todos los cerros y cordilleras tienen en sus vertientes muchos montes con árboles altísimos y de tronco muy grueso. Y no se puede dudar que se hallarian, entre tanta variedad, maderas preciosas.

Al cuello, libre de alhajas, se ceñía desordenadamente un encaje ancho y rico, de tonos huesosos que acusaban su antigüedad, y el fulgurar intenso de un grueso solitario en cada oreja hacía resaltar la palidez mate de la cara, amortiguando el brillo de los ojos, algo hundidos, y cercados por ojeras débilmente azuladas.

El doctor Trevexo se sentó en el sofá, al lado de dos caballeros, uno muy flaco y el otro sumamente grueso. El flaco era un hombre alto, con una cabeza diminuta.

Al día siguiente, al amanecer, Hullin, muy endomingado con su pantalón de recio paño azul, amplia chaqueta de terciopelo obscuro, chaleco rojo con botones dorados, y cubriendo la cabeza con un ancho sombrero de campo, sujeto por delante, sobre la cara bermeja, con una escarapela, se puso en camino para Falsburg, empuñando un grueso palo de serbal.

Sonaron gritos y cencerros a espaldas de Gallardo, y aparecieron en torno de la bestia vaqueros y cabestros, que acabaron por envolverla, llevándosela lentamente hacia el grueso del ganado. Gallardo fue en busca de su jaca, que no se había movido, habituada al contacto con los toros.

Sabía a dónde había dirigido su vuelo aquella mujer peligrosa, y lo decía a todos. Volvía a Italia. El mismo había facturado para la frontera todo el equipaje grueso, mundos enormes como casas, cajones donde podía ocultarse cómodamente él con sus pelados mancebos. Y las mujeres, oyéndole, celebraban aquella huida como si las librase de un gran peligro. ¡Vaya bendita de Dios!

Palabra del Dia

beerotita

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