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La isla de Luzón, la que constituye el extremo N. de aquellos territorios, requeriría por sola un grueso volumen si hubiésemos de dar somera idea de las castas que la pueblan, de su territorio y de la inmensa riqueza minero-forestal con que la naturaleza le ha dotado.

El furioso ataque sorprendió á éstos sobre manera, é ignorantes del número de sus enemigos y creyendo que los rodeaba el grueso del ejército inglés que se hallaba por aquellos contornos, dieron la señal de retirada, apresurándose á dejar el valle en busca de posición más favorable para la defensa. Los ingleses no pensaron en continuar su ataque ni en perseguirlos.

Como un viejo pisaverde que descubre mohoso paquete de epístolas amatorias, levantóse don Custodio y se acercó al estante. El primer cartapacio, grueso, hinchado, pletórico, llevaba por título «PROYECTOS en proyecto.» ¡No! murmuró; hay cosas excelentes, pero se necesitaría un año para releerlos. El segundo, bastante voluminoso tambien, se titulaba «PROYECTOS en estudio.» ¡No, tampoco!

Flotaba poderosamente, pero con una ligera contracción de su fuerte cola, pasaba de un lado a otro de la barca, y tan pronto se perdía de vista como reaparecía instantáneamente. Antonio enrojeció de emoción, y apresuradamente echó al mar el aparejo con un anzuelo grueso como un dedo.

Los musulmanes la convirtieron en castillo ciñendo sus riberas con altos muros y torreones, y cerrando su única salida á la campiña con el fuerte de la Cava, llamado despues de Julia, del que es reliquia ese grueso baluarte que ahí ves.

Antes de entrar en ella, sacó á bulto de uno de los anchos bolsillos de sus gregüescos uno de los estuches más pequeños, y le abrió. Contenía una gruesa sortija de oro con un grueso diamante. Puede que valga esta joya... pediré mil doblones, y ya veremos.

Clavan primero, sobre el ribazo, un grueso horcon destinado á soportar una soga que amarran en varias estacas, oblicuamente clavadas en tierra detras del horcon; terminada esta maniobra, cubren la soga de bejucos, fijándolos, para que no los arrastre la corriente, en esos espigones que suelen encontrarse en medio de los rios.

El Canónigo se sentó, y, apenas se hubo llevado a los dientes un grueso bocado de pernil, vio penetrar en la estancia a la madre de Ramiro. Parecía más animada que de costumbre.

Aquel grueso muchachote, cuya fisonomía no tenía nada de paternal, pareció transfigurarse. Su rostro se iluminó, sus ojos lanzaron rayos. Tomó un sable de manos del marqués, retrocedió dos pasos, y entonó en idioma turco una improvisación poética que su amigo Osmán-Bey tuvo la amabilidad de anotar y traducirnos: Armado estoy para el combate; ¡Dios confunda al malvado que me ofende!

Era el 12 de Agosto, quince días después de la victoria obtenida por españoles é ingleses sobre los ejércitos de Napoleón delante de Talavera de la Reina. Una columna francesa, parece que fugitiva ó cortada, estuvo merodeando en la Vera, esperando á saber cómo podría reunirse al grueso del ejército derrotado.