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Actualizado: 16 de junio de 2025


Si no lo repugnas, ya que no a la mujer querida, concede el último favor a la madre de tu hijo. Sella mi rostro con tus labios. Gopa le estrecha en sus brazos y le besa también. Sidarta se desprende de ella con suavidad y huye. Sigue la escena en la ciudad de Capilavastu: 593 años antes de Cristo. Es de día. La misma cámara del tálamo. GOPA y PRATYAPATI.

PRATYAPATI. ¡Pero Sidarta será el Buda libertador de los hombres! GOPA. Jamás el Buda valdrá para lo que Sidarta valía. Reniego de la libertad que el Buda me , y la trueco mil veces por la esclavitud con que Sidarta me esclavizaba.

Es mi estrella, que se levanta para iluminarme y guiarme. Chandac, mi escudero, tiene enjaezados los caballos. Los que guardan la puerta oriental de Capilavastu, por donde ya asoma mi estrella, están ganados y me dejarán partir. Queda en paz, ¡oh Gopa! GOPA. ¡Oh señor del alma mía! Tu esclava gemirá abandonada por ti mientras viviere.

GOPA. Porque el recuerdo es verdadero y leal, y la esperanza falsa y engañosa; porque el recuerdo evoca para a Sidarta, enamorado, tierno, humano conmigo; todo él para , y toda yo para él; mientras que la esperanza me niega para siempre a Sidarta, y sólo me ofrece ahora a Sakiamúni, y más tarde, cuando Sakiamúni alcance su última victoria, a un ser incomprensible, más luminoso que los astros, y mayor en poder que los dioses, pero inferior a Sidarta, joven, hermoso y enamorado.

GOPA. Yo creo en el impulso magnánimo que le mueve, y esto me basta: creo en su dulce compasión por todos los seres; en su amor a los hombres, a quienes mira como a hermanos, sin distinción de castas; y en su deseo vehemente de enseñarles el camino de la virtud y de la paz.

Se diría que Sidarta es la encarnación, el avatar de Amor, que llora y lamenta haber creado la vida; que padece en cuanto todo ser que tiene vida padece, y que anhela retrotraer la vida a la nada para que el padecimiento acabe. GOPA. Efímera es la vida: el padecimiento que de ella nace debe de serlo también. PRATYAPATI. No, Gopa; la vida no tiene término. La muerte es cambio, no fin.

PRATYAPATI. Quiero decírtelo, aunque sea dura contigo. No; no le amas, ya que estaba en tu mano detenerle y le dejaste partir. GOPA.

Su noble cabeza jamás reposa tranquila sobre mi seno. Ya no me ama. Me juzga indigna de su cariño. PRATYAPATI. No te atormentes, ¡oh Gopa! Sidarta te ama. Para él eres el ser predilecto entre todos los seres. Pero de amor nace su pena. Amor es su martirio. Amor le devora, creando en su alma una piedad infinita, que no consiente ni deleite, ni goce, ni paz tan sólo.

GOPA. ¡Oh Pratyapati! ¡Cuán encontrados sentimientos son los nuestros! Si le amas como madre, yo, como esposa, como mujer enamorada le amo. Este modo de amar es menos fuerte, por lo común, que el amor de madre. En el amor de madre hay mucho que nace de las entrañas y que allí se arraiga. Por eso, no ya las mujeres, sino las mismas fieras aman a sus hijuelos.

Déjame primero compartir tus trabajos y después tu triunfo. SIDARTA. No puede ser. Debo partir solo. GOPA. Mi corazón se deshace de dolor; pero me resigno devotamente. ¿Y cuándo, bien mío, ha de ser tu partida? SIDARTA. En el instante, ¡oh hermosa nieta de Iksvacú! Estamos en la mitad de la noche. Mira al claro cielo. ¿Ves aquella luz que brilla en Oriente?

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