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Actualizado: 22 de septiembre de 2025


De todas suertes, doña Camila se rodeó de precauciones pedagógicas y preparó a la infancia de Ana Ozores un verdadero gimnasio de moralidad inglesa. Cuando aquella planta tierna comenzó a asomar a flor de tierra se encontró ya con un rodrigón al lado para que creciese derecha. El aya aseguraba que Anita necesitaba aquel palo seco junto a y estar atada a él fuertemente.

Después del café da un «higiénico» paseo por la Baixa, haciendo paradas pensativas, pero risueñas, en los escaparates de las confiterías, y ciertos días sube al Chiado, dobla la esquina de la calle Nova da Trinidade y regatea con placidez y firmeza una entrada para el Gimnasio.

Era Karl, que había abandonado el gimnasio y se mantenía de pie entre los dos, mirando a uno y a otro sin entender lo que hablaban. En su atenta inmovilidad notábase una expresión de niño viejo, un fruncimiento de cejas de persona mayor que sospecha y reflexiona. Su frente saliente, de testarudo, parecía hincharse y latir.

Desde mucho antes caminaban los madrugadores por la azulada penumbra de la cubierta, saludándose al paso y comunicándose noticias de la noche anterior. Algunos, vestidos con pijamas o medio desnudos bajo un largo gabán, descendían del gimnasio y se deslizaban rápidamente en busca de sus camarotes. Aparecían las primeras señoras, yendo tras breve paseo a arrellanarse en los sillones.

Es atleta y escultura viviente en el gimnasio, ciudadano en el Pnix, polemista y pensador en los pórticos. Ejercita su voluntad en toda suerte de acción viril y su pensamiento en toda preocupación fecunda. Por eso afirma Macaulay que un día de la vida pública del Ática es más brillante programa de enseñanza que los que hoy calculamos para nuestros modernos centros de instrucción.

Mas internado en la Sierra, pero en la misma direccion norte de la ciudad, y á dos leguas escasas de esta, alzábase antes de la cruel persecucion de Mohammed, entre quebrados montes y bosques seculares, otro monasterio, tambien mixto, celebérrimo en toda la cristiandad como glorioso gimnasio de mártires, del cual se escribe que era tal su fama, que de fuera de España acudian gentes á visitarlo.

Es nuestra Dirección General de Higiene: los lavaderos, el taller de planchado y el gimnasio, con un sinnúmero de aparatos movidos por la electricidad, invenciones diabólicas que le estiran a usted, le encogen, le rascan la espalda y le cosquillean como un rosario de hormigas. ¡Cosa de ver el lavadero, amigo Ojeda! continuó tras una pausa . ¡Lástima que esté ahora cerrado!

En sus juegos eran tan ligeros y originales como en sus trabajos. Esa danza del palo fue entre los indios una diversión de mucha agilidad y atrevimiento; porque se echaban desde lo alto del palo, que tenía unas veinte varas, y venían por el aire dando volteos y haciendo pruebas de gimnasio sin sujetarse más que con la soga, que ellos tejían muy fina y fuerte, y llamaban metate.

Palabra del Dia

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