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Los caballos piafaban impacientes, sacudiendo los penachos azules como si les corriese prisa llevar la desposada a los brazos del Esposo místico. Era una procesión regia. Y en verdad que María, por su gallarda presencia, mereciera ser reina.

Nos aproximamos un poco. La entrada es verdaderamente régia, gallarda, arrogante.

Después de un rato de silencio, durante el cual me sentí dominado por la soberana belleza de la joven, murmuré: Gabriela.... Usted merece ser dichosa. ¿Llora usted muerta la más dulce ilusión? Ya renacerán en esa pobre alma dolorida las flores de la esperanza. Amará usted... ¡y será feliz! Levantó Gabriela su gallarda cabeza, y fijó en sus ojos. Me estremecí.

Mientras escogía yo la más ancha de las hojas de una higuera, la señorita de Porhoet cerró á medias un ojo y siguió con el otro y con complacida sonrisa la gallarda marcha de su favorita, á través del camino lleno de sol. Mírela, primo me dijo muy quedo ¿no sería digna de ser de los nuestros?

Su amigo, que venía con la ilusión de una España de eterno cielo azul, estaba desalentado. Ella misma, al ver en la acera inmediata al hotel los grupos de torerillos de apostura gallarda, pensaba inevitablemente en los animales exóticos llevados desde países solares a los jardines zoológicos de luz gris y cielo lluvioso.

Me alegré de ver a Pepita tan gallarda a caballo; pero desde luego presentí y empezó a mortificarme el desairado papel que me tocaba hacer al lado de la robusta tía doña Casilda y del padre vicario, yendo nosotros a retaguardia, pacíficos y serenos como en coche, mientras que la lucida cabalgata caracolearía, correría, trotaría y haría mil evoluciones y escarceos.

Miré otra vez con enternecimiento el alféizar de aquella ventana en que mi adorada se sentaba; pero al instante volví en mi acuerdo, juzgando que no era hora de enternecerse ni pensar en niñerías, sino de aguzar el ingenio y dar gallarda muestra de ser tan buen dialéctico como poeta.

Fueron sin duda africanos los amines de Almanzor. Dieron á estos arcos, y á los de la pieza baja ó tesoro, los festones de lóbulos que tan gallarda y viciosamente disfrazan el verdadero objeto de estas curvas, convirtiéndolos en orlas de cintas y nexos de encaje, y solo respetaron las antiguas columnas y sus capiteles románicos.

Lo que es el coburguismo femenino, legitimo, o ilegítimo, sigue hoy como en las primeras edades del mundo, desde Raab y Dalila hasta la gallarda y elegante Cora. Este coburguismo es más disculpable que el masculino. Lope de Vega le disculpaba diciendo: No estaba pobre la feroz Lucrecia, Que, a darle Don Tarquino mil reales, Ella fuera más blanda y menos necia.

Tan claros los conceptos como aquella su letra española serena y gallarda. A decir lo cierto, deseaba yo saber la historia da Angelina, pero no me atreví nunca a hablarle de esto.