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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Un dia que estuvimos en busca de la ancla perdida, fuimos mas adentro por tierra, y vimos 2 ó 3,000 casitas ó sepulturas con una pared que corre entre ellas, las que están del desembarcadero sobre el rumbo del N, distancia cosa de 12 millas ó 4 leguas. Los peces de dicho puerto de San Julia son pescada, pejerrey y sardinas: de todo lo expresado con abundancia.
Fuimos navegando sin alejarnos mucho de la costa; de cuando en cuando nos sustituíamos, y uno descansaba de remar. Como habíamos perdido la costumbre, las manos se nos hinchaban y despellejaban. El país que se nos presentaba ante la vista era una tierra desolada, con colinas bajas y pantanos cerca de la costa. A lo lejos se veía el humo de alguna quinta aislada o la ruina de un castillo.
Y ansí nos fuimos hasta otro lugar de aquel cabo de Toledo, hacia la Mancha, que se dice, adonde topamos otros más obtinados en tomar bulas. Hechas mi amo y los demás que íbamos nuestras diligencias, en dos fiestas que allí estuvimos no se habían echado treinta bulas.
Al fin, ya toda la gente rebelada contra el huésped, y dice que le dejemos, porque nos quieren moler á palos. Con este divino aviso pusimos tierra en medio, y aquella misma noche nos fuimos con más de cinco reales que se habían hecho.
Apenas se tomaba el trabajo de leer las cartas; no hacía más que examinarlas rápidamente y ponerlas a un lado. Así fuimos registrando un cajón tras otro hasta que vi en su mano un gran sobre azul, sellado con lacre negro, y que tenía el siguiente letrero, escrito por su padre: «Para que sea abierto por Mabel después de mi muerte. Burton Blair.» ¡Ah! murmuró casi sin resuello, ¿qué contendrá esto?
Lama negra, y por la mañana nos levamos y fuimos mas arriba á la canal del SE y dimos fondo en 3 brazas. Lama blanda, y amarramos la embarcacion entre dos anclas, una por el NE y la otra por el SE: distancia de la tierra del E un tiro de escopeta.
Yo vencería, arrasaría todos los obstáculos, me haría amar por ella y ningún hombre me arrancaría la soñada felicidad. Llegó la tarde; me vestí, y con Martín, que había venido a buscarme, nos fuimos a su casa. Mi bolsa era algo más que escasa y tuve que emplearla toda en un ramo de jazmines, blancos como el papel en que escribo y perfumados como el naciente y casto amor que embriagaba mi alma.
El día en que lloró usted asomado a la ventanilla, yo lo vi y estuve a punto de pedirle perdón y de saltarle al cuello, pero el orgullo me contuvo. Yo pertenezco a una raza ilustre, amigo mío, y soy la única en mi familia que se haya vendido por dinero. El día que fuimos a Pompeya, estuve a punto de descubrirme. ¿Se acuerda usted?
¿Por qué no le repite usted esta noche a mi hermana lo que le dijo la semana pasada? dijo Barbarita II al melancólico caballero. Yo... no le he dicho nada. Sí, la semana pasada, cuando fuimos a la Casa de Campo, y se puso usted a contar el cuento de aquella inglesona que le quiso pegar un tiro porque le dijo no sé qué, en un tren.
Bajamos del Izarra y salimos por entre las peñas a la punta del Faro. Recalde sabía que en un pequeño fondeadero, labrado entre las rocas del promontorio donde se levantaba la torre solía haber una barca que el torrero utilizaba para pescar; fuimos allá y encontramos la lancha; pero estaba atada con una cadena. Llamamos en el faro, y una vieja nos dijo que el torrero habia ido a Elguea.
Palabra del Dia
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