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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Ahora mismo replicó Tristán cuya frente se frunció terriblemente. Fue al despacho, le pagó y se vino de nuevo al salón. Pero a los pocos instantes se presentó el criado balbuciente, ruborizado.
Estoy contemplando á la monarquía, señor contestó Quevedo ; contemplando en vuestra majestad á la gran monarquía española en ropilla. Frunció el rey el entrecejo. ¿Y era todo eso lo que teníais que decirme con tanto empeño? Sí, señor. Pues si ya me lo habéis dicho, idos dijo un tanto contrariado el rey. Si vuestra majestad me lo permite, le diré más. Decid.
Paz tuvo que disimular su alegría, por no aparecer desapudorada; mas no hizo mohín de disgusto ni frunció siquiera el lindo entrecejo. Para ninguno de ambos era ya secreto la atracción que habían ejercido uno sobre otro. Sí, señor; de esto se puede sacar partido murmuraba don Luis.
Es amigo del que va a ser tu marido; allí pelearon juntos con tan buena suerte, que, según afirma Diego, si no es por ellos... Gabriel es un gran militar dijo don Diego . ¿Pero no le conoces tú? Es amigo de tu prima la condesa. Doña María frunció el ceño. En efecto dije yo tuve el honor de conocer en Madrid a la señora condesa. Ambos teníamos un mismo confesor.
El conde frunció el entrecejo. El doctor dijo vivamente: Si usted hubiese podido venir conmigo, señora, tengo la seguridad de que habría llorado. ¿Es realmente muy conmovedor una duquesa que vende a su hija? ¡Un episodio del mercado de esclavas! Yo diría mejor un episodio de la vida de los mártires. ¡Galante está usted! El doctor contó la escena en la que él había representado un papel.
Debió sentir que los ojos se le animaban y, para disfrazar aquel signo de agrado, frunció el entrecejo, aunque murmurando: «sí, sí, aquí veo algo nuevo.» Luego prosiguió devorando renglones; pero cada instante le era más imposible sofocar el gozo y, temiendo que se lo conocieran en la cara, dejó de leer.
Maltrana frunció el entrecejo, como si recordase algo molesto, y aprobó su resolución. Hacía bien. Aquella fiesta era igualmente para despedir al barón belga y a otros amigos suyos que se quedaban en el Brasil.
El catedrático le miró, frunció las cejas y agitó la cabeza como diciendo: ¡Insolentillo, ya me las pagarás! La clase era un gran espacio rectangular con grandes ventanas enrejadas que daban paso abundante al aire y á la luz. A lo largo de los muros se veían tres anchas gradas de piedra cubiertas de madera, llenas de alumnos colocados en orden alfabético.
Estaba reducida a usar tan sólo la tercera parte de los vocablos que emplear solía, y aún no se le quitaban los escrúpulos, sospechando que tuviese en algún eco infernal las voces más comunes. Lo que Fortunata le oyó claramente fue esto: «¡Ay, qué gusto salvarse!»... Pero al punto frunció Mauricia el ceño. Le había entrado la sospecha de que la palabra gusto fuese mala.
Artegui la miró, y con mudo asombro frunció el entrecejo sin replicar. ¿Y quiere usted que le diga? Pues eso, eso es lo que usted tiene, y por lo que está usted tan a mal con la suerte y consigo mismo. Si usted fuese buen cristiano podría usted estar triste, pero... de otra manera, vamos, de otra manera; con tristeza más dulce y más resignada.
Palabra del Dia
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