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Actualizado: 3 de junio de 2025
Cruzo la senda Sola y oscura, Dame un destello De tu alba luz. Soy árbol mustio, Quiero frescura, Soy desgraciado, Quiero ventura... Dámela tú. Como se ve, son simples cantares populares, ecos melancólicos y tristes, como si ese tinte del espíritu fuera el único rasgo que identifica a la especie humana bajo todos los climas y en todas las latitudes.
Toda esa comarca tiene al mismo tiempo la risueña frescura y el encanto de una vegetacion muy esmerada, el sello de la actividad productiva, y un aspecto de majestad tranquila que recuerda mil episodios de la historia de Francia.
Cuanto el apuntador va diciendo, lo repiten los actores, lo que equivale á dos representaciones simultáneas y paralelas. Pero el gozo narcisiano de escucharse se reproduce tantas veces, que llega á emborronarse; los pensamientos, á fuerza de resobados, se deslustran y vulgarizan; las frases pierden su frescura, su elasticidad jugosa; las escenas de más alta tensión dramática, pierden su calor.
Desprendíase de toda la persona de aquella niña dormida aroma inexplicable de pureza y frescura, un tufo de honradez que trascendía a leguas.
Por lo tanto, hasta donde sus obligaciones se lo permitían, su existencia se deslizaba, como si dijéramos, en la penumbra, habiendo conservado toda la sencillez y candor de la infancia; surgiendo de esa especie de sombra, cuando se presentaba la ocasión, con una frescura, fragancia y pureza de pensamiento tales que, como afirmaban las gentes, hacían el efecto que produciría la palabra de un ángel.
Pues yo no me voy sin verla, me dije, y pian pianito, comencé á pasear la calle sin perder de vista la casa, con la misma frescura que un cadete de Estado Mayor. Después de todo, aquí nadie me conoce me iba repitiendo á cada instante, á fin de comunicarme alientos para seguir paseando. Además, yo no tengo nada que hacer ahora; y lo mismo da vagar por un lado que por otro.
En ella hay jardines y paseos, cuyos árboles, nuevos aún, no consiguen dar sombra y frescura; pero ya crecerán, y allá iré, si Dios me da vida, a recordar debajo de sus copas los deliciosos días que pasé a su lado. La disposición de los paseos, la variedad de plantas que el señor Paco me mostraba con orgullosa satisfacción, no me la producía a mí extremada en verdad.
Habla, ¡habla por el amor de Dios! Y habló de esta manera Nieves, con mayor frescura de la que ella se había imaginado: Una vez, en Sevilla, te empeñaste en saber si me interesaba mucho o poco la venida de Nacho a vivir con nosotros aquí. Fue unos días antes de ponernos en camino. ¿Te acuerdas? Sí que me acuerdo: adelante. Pero me lo preguntaste de un modo tan particular, que me aturdí.
Se simulará, por unas horas, la frescura, el color; mas no las líneas, que es donde reside la verdadera belleza. La contextura orgánica de un rostro, la armazón ósea, no hay pintura que pueda trasformarla, como los dorados de un chapitel no reforman la arquitectura de un templo torcido o contrahecho. Me anticipo a reconocer la inutilidad del razonamiento en su aspecto fundamental estético.
Ambas Juanas no recibían a don Paco en la sala, sino en el patio, donde se gozaba de mucha frescura y olía a los dompedros, que daban su más rico olor por la noche, a la albahaca y a la hierba luisa, que había en no pocos arriates y macetas, y a los jazmines y a las rosas de enredadera, que en Andalucía llaman de pitiminí, y que trepan por las rejas de las ventanas, en los cuartos del primer piso, donde dormían Juanita y su madre.
Palabra del Dia
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