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Actualizado: 11 de julio de 2025
Llegaban irritadísimos contra las tropelías del gobierno, pero hablaban de ellas con cierta discreción hasta que algún bonapartista fogoso exclamaba, que debía fusilarse a todos los republicanos, para aterrorizarles. La ingenuidad de la frase hacía reír, pero esta hecatombe imaginaria era la señal de zafarrancho para las exageraciones y desatinos.
Aunque sólo hubiera escrito esta frase: «Estoy vivo», la advertencia no hubiera sido más clara. Resolví marcharme de Nièvres al otro día, absolutamente como había resuelto ir, sin más reflexión ni más cálculo. A media noche aun había luz en el cuarto de Magdalena.
En él de día y de noche a sus gustos se dedica, y aun harto se mortifica en no dormir en el coche.» Y Calderón, en la jorn. Cayó en gracia esta frase, y los poetas la llevaron y la trajeron, como a la Inés de Yo te lo diré después, y como un siglo antes habían llevado y traído a la bella malmaridada.
Dices que tú sospechabas esto que ha pasado, mejor, que lo adivinabas. ¿En qué te fundabas tú para adivinarlo?... ¿qué observaste y qué supiste? ¡Ay!... ¡con lo que sale ahora este bobo...! ¿Crees que una mujer celosa necesita ver nada? Lo olfatea, lo calcula y no se equivoca... Se lo dice el corazón. El corazón no dice nada. Eso es una frase.
Por más que se cumpla la frase o sentencia proverbial que afirma que nada es muy peligroso ni muy difícil de realizar cuando se tiene el padre alcalde, más extraño es aún que el asesinato de Luciano quede impune, y hasta que sea aplaudido por la autoridad superior, lo cual se indica y se presume por el final de la novela.
El «cuarto estado» era su frase favorita, en la que lo abarcaba todo, y cuyo alcance había que adivinar. Unas veces, el «cuarto estado» era únicamente los vendedores del papel; otras, la gente popular; y algunas, todos los que compran periódicos. Maltrana, al verle, le preguntaba invariablemente por el famoso «cuarto estado».
Sin embargo, al cabo de media hora de plática sentía como una impresión de fatiga. Había cierta igualdad monótona en su discurso; jamás una observación fina, ni un rasgo ingenioso, ni una frase que removiese la alegría en el corazón. La misma sonrisa, el eterno juego de ojos para acariciar al interlocutor, iguales elogios de todo lo creado.
Perico y su hermana, no muy tiernos y afectuosos entre sí, se entendían a maravilla en el terreno de las picardigüelas, y a veces la hermana completaba la frase picante, detenida en labios del hermano por unas miajas de la reserva que inspira la mujer aún al hombre menos capaz de tenerla.
En las novelitas del Sr. López Roberts ocurre lo que acabamos de exponer. No hay tesis. En ellas se da el arte por el arte, en el buen sentido de la frase.
Estas eran las últimas palabras. ¿No debía completarse la frase de esta manera: «o morir para evitar el pecado?» La lectura de las memorias había demostrado al juez Ferpierre que la Condesa d'Arda se encontraba en situación de tener que pensar en la muerte como el único término de su desventura.
Palabra del Dia
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