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La verdad es la misma, la realidad de las cosas no se muda, porque se haya excitado el entusiasmo de la asamblea y de los espectadores, y se haya decidido una votacion con los acentos de un orador fogoso.

Un diestro caballero en plaza sobre fogoso caballo, que hacía caracolear con pasmosa maestría, se aprestaba a poner un par de banderillas a un soberbio toro puro, que de esta suerte califican en Portugal los toros que nunca han sido lidiados.

Su primera intención era alquilar allí un caballo que lo llevaría inmediatamente a su casa; porque lo que era hacer cierto número de millas a pie, sin un fusil en la mano, y a lo largo de un camino público, no había que esperarlo de su parte como de la de ningún otro joven fogoso de su especie.

Detenido por los fieles el fogoso animal, dejóse caer el elebronado jinete, y poniéndose de rodillas delante del comendador, gritó: ¡Confesión! ¡Confesión! ¡El mar se sale! Tan tremenda noticia se esparció por Lima con velocidad eléctrica, y la gente echó a correr en dirección al San Cristóbal y demás cerros vecinos. No hay pluma capaz de describir escena de desolación tan infinita.

Al principio le hicieron llorar, más por la humillación que por su efecto físico; pero más tarde halló en esta misma humillación una nueva fuente de dulces y halagüeños placeres. Por una aberración que a nosotros sólo nos toca hacer constar, los golpes de aquellos brazos tersos y mórbidos, en vez de causarle dolor, evocaron en su natural fogoso un mundo de ignotas voluptuosidades.

De tamaña discordancia, de tal desequilibrio entre la moralidad social o colectiva y la que preside a las relaciones individuales, nacen, sin duda, la vehemencia con que la iniquidad se siente y se anatematiza y el anhelo fogoso de remediarlo todo, no con lentitud y con calma, sino con rápidos y violentos trastornos.

Ya se oía el rumor sordo y como subterráneo de las ruedas... el aliento fogoso de los caballos cansados... y, por fin, la voz chillona de Ripamilán.... Ahora callaban los del coche grande. La carretela iba a pasar junto al Magistral, que se apretó a la columna de hierro, para no ser visto. Pasó la carretela a trote largo. De Pas se hizo todo ojos.

No alcanzó a más su sagacidad, y aun esto le repugnó sobremanera, pues toda tardanza se le antojaba complicidad en el mal y todo fingimiento le parecía indigno del noble fin a que enderezó la voluntad. Era fogoso, arriscado; mas adivinando en su hermano un terrible adversario, comprendió que las circunstancias ponían trabas a su celo.

En cuanto a Pepita Jiménez, que imaginaba yo que vendría también en burra con jamugas, pues ignoraba que montase, me sorprendió, apareciendo en un caballo tordo muy vivo y fogoso, vestida de amazona y manejando el caballo con destreza y primor notables.

La noticia voló por la ciudad. Aquel extraño y terrible juramento, que se repetían unos a otros, causó impresión profunda en el público. Los parientes y amigos del conde peroraban con exaltación en todos los grupos. A uno de aquéllos se le ocurrió dirigir una exposición al rey, firmada por todos los vecinos, pidiendo que se revisase de nuevo el proceso del coronel. Pero ya se le había adelantado el deán, hombre fogoso y elocuente, que logró que el obispo y el cabildo le diesen su representación para ir a Madrid a gestionar la rehabilitación de su amigo de la infancia.