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Actualizado: 23 de junio de 2025
Y eso del don Juan Tenorio vaya usted a decírselo a Mesía gritó Orgaz hijo desde la puerta, dispuesto a echar a correr si la pulla ponía fuera de sí al bárbaro de Pernueces. No hubo tal cosa. ¡Silencio! se atrevió a decir bajando la voz Joaquinito, sin dejar la puerta. ¿Cómo silencio? A mí nadie... ¡caballerito! Se oyó una carcajada sonora, retumbante, que heló la sangre del fogoso Ronzal.
Era Quiñones, como ya sabemos, hombre fogoso, terco, de voluntad indomable. Los obstáculos le irritaban, llegaban a enloquecerle. Quiso vencer el corazón de su esposa y no perdonó medio para ello: la colmó de atenciones, mimó sus gustos más insignificantes, viviendo por varios meses en perpetua congoja, en una verdadera fiebre de esperanzas, tan pronto vivas como muertas.
»¿Obrará el novio con la prudencia del padre? ¿La tasará ciertas cosas como yo, que le taso el viento que puede perjudicarla? ¿Encerrará a la delicada flor en una atmósfera tibia y embalsamada sin sobra de sol y sin vientos tempestuosos? »Ese joven fogoso y apasionado puede destruir en un mes con sus locos transportes mi compleja tarea de diez y siete años de cuidado constante.
Palabra del Dia
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