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Actualizado: 1 de junio de 2025


Una de ellas era joven y notablemente bella; mi reciente experiencia me había formado el gusto respecto de aquellas definiciones delicadas y ya no me equivocaba. Me fijé en la manera de hollar con paso leve y corto el césped que crecía al pie de los árboles, como si caminara sobre la flexible pelusa de una alfombra.

Y no se diga para disculpar esta ingratitud, que yo falté una sola vez en veinticinco años al respeto, a la circunspección, a la severidad que la cultura y dignidad de entrambos me imponía, pues ni palabra incitativa pronunciaron mis labios, ni gesto indecoroso hicieron mis manos, ni idea impúdica turbó la pureza de mi pensamiento, ni nombré la palabra matrimonio, a la cual se asocian imágenes contrarias al pudor, ni miré de mal modo, ni fijé los ojos en las partes que la moda francesa tenía mal cubiertas, ni hice nada, en fin, que pudiera ofender, rebajar o menoscabar el santo objeto de mi culto.

¡Mare de Dios! ¡Veinticinco duros!... ¿Pero se ha fijao usted en el animal? Ni robao se lo podría dar á tal precio. Pero Batiste á todas sus lamentaciones contestaba siempre lo mismo: Ventisinco... ni un chavo más. Y el gitano, apuradas sus razones, que no eran pocas, apeló al supremo argumento: Monote... saca el animal... que el señor se fije bien.

¿No conoces en León a la persona aquí apuntada? siguió Colmenar señalando con la uña el renglón de la lista . ¿Un viejo muy guapo y fornido, muy tieso aún, Joaquín González, el Leonés? ¡El Leonés! Si no hay cosa que más conozca. Varias veces vino a asuntos al Gobierno civil de León. Claro que le conozco. Y ahora recuerdo; es verdad que tiene una chica, pero en esa que no me fijé jamás.

Mientras vacilaba entre el pudor y la necesidad, la vieja sirvienta, aterrada, al parecer, por la mirada hambrienta que fijé sobre ella, cortó la cuestión, cerrando bruscamente la puerta. Entonces, tomé mi partido, resolviéndome á ayunar hasta el día siguiente.

Y Gallardo, seguro de su buena estrella, con la tranquilidad arrogante de un hombre de fortuna que forzosamente ha de despertar el deseo allí donde fije sus ojos, marchó al Hotel de París, situado a corta distancia del suyo. Tuvo que esperar más de media hora en un diván, bajo la mirada curiosa de los empleados y los huéspedes, que volvieron la cara al oír su nombre.

Fortunata no se atrevió a responder claro. Le parecía mucho lo que el eclesiástico proponía. Recortándolo algo se podía aceptar. «Puedo llegar a quererle con el trato...». Perfectamente... Porque es preciso que usted se fije bien en una cosa: eso de la ilusión es pura monserga, eso es para bobas.

Para importa tan poco el físico en la cuestión del matrimonio, que no me fijé gran cosa en las facciones de aquel señor que me ofrecían como pudieran ofrecerme otra cosa. Ha comprendido usted mal, caballero dije al notario devolviéndole su fotografía. Preguntaba cómo era moralmente ese caballero, el señor X... hasta más amplia información. No tiene ningún vicio afirmó redondamente el notario.

Fijé el lugar, y como era muy posible que nos dieran caza y encontrándonos un papel así nos lo quitaran, traduje la indicación al vascuence, y, mientras esperábamos que acabaran de enterrar el tesoro, Allen, por mi consejo, fue marcando en un devocionario las letras que componían los datos puestos en vasco.

Me fijé en que cada cinco minutos salía al terrado, desde donde se podía ver la puerta de entrada, pero entonces me guardé muy bien de dirigirle preguntas indiscretas. Me imaginaba ser ya una confidente, una cómplice. Era un día claro de septiembre, de una hermosura maravillosa.

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