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Actualizado: 7 de junio de 2025
¡Margalida! ¡Margalida! Y tras estos llamamientos, que excitaban la curiosidad de la atlota haciendo que elevase los ojos para fijarlos interrogantes en los de Febrer, éste se lanzó por fin a hablar, preguntándola por los progresos de su noviazgo. ¿Se había decidido por alguien? ¿Quién iba a ser el afortunado? El Ferrer... ¿el Cantó?...
Ferrer, como se sabe, tenía una estatua en Bruselas. Los alemanes, durante su ocupación de la ciudad, echaron la estatua abajo, y cuando se trató de erigirla, algunos periódicos españoles protestaron y otros aplauden. Yo creo que los españoles, como tales españoles, no tenemos voto en este asunto.
Ella volvió a humillar los ojos, cogiendo en su turbación una punta del delantal y subiéndola hasta su pecho... No sabía. Su voz ceceaba infantilmente a impulsos de un avergonzado aturdimiento. No tenía ganas de casarse. Ni el Cantó, ni el Ferrer, ni nadie. Había aceptado el cortejo porque todas las muchachas hacían lo mismo al llegar a cierta edad.
El anciano Luis Ferrer era el que estaba encargado del cuidado de Doña Juana, y al cual esta no podia ver; por eso encontraba en ella una oposicion enorme á todo lo que la encargaba hiciera, complaciéndose en ejecutarlo al contrario.
Luego, unos vecinos piadosos, con la venia del juez, se habían llevado el cadáver del Ferrer al cementerio de San José, y la imponente comitiva de la justicia bajó a la alquería para hacer preguntas al herido. Imposible hablarle.
Otros, más serios, mostraban en su gesto el noble disgusto de los que temen presenciar una mala acción inevitable. El Ferrer permanecía impasible en uno de los rincones más apartados, buscando empequeñecerse, pasar inadvertido entre los camaradas.
Sentíase avergonzado de su arrebato. ¡Pegarle al pobre tísico!... Para sofocar sus remordimientos, profirió en voz baja soberbios retos. «¡Otro deseaba él que hubiese cantado!...» Y sus ojos buscaron al Ferrer, pero el temible verro había desaparecido.
Mas previsor el cardenal Cisneros que los grandes de que se habia compuesto el consejo, creyó oportuno jubilar á D. Luis Ferrer, porque opinaba que tal vez nombrando á otro lo pasaria mejor Doña Juana; asi lo hizo sustituyéndolo con Don Fernando Ducos de Estrada.
San Vicente Ferrer, pongamos por caso, fue acometido dos veces por lindísimas señoras de él enamoradas, las cuales se llevaron chasco y se quedaron tocando tabletas, a pesar de los esfuerzos que hicieron, y entregadas a los mismísimos demonios, sus colaboradores y guías en esfuerzos tan desenfrenados y lascivos.
Tomás de Aquino, como en la segunda de aquellas quedaron autorizadas las religiosas para sacar otras imágenes de su mayor devoción, aumentaron el número de pasos, con los de la Virgen del Rosario, nuestra Señora de la Montaña, San Vicente Ferrer, Santa Rosa, ofreciendo también á la pública veneración otro en que se mostraba, sobre rica bandeja de plata, la cabeza del mártir San Laureano, hecha del mismo rico metal.
Palabra del Dia
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