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Actualizado: 13 de mayo de 2025
¡Yo! exclamó ella con el acento de la dignidad ofendida ; ¡pero estás loco! Yo no tengo devaneos más que contigo... ¿De cuánto tiempo puedes disponer? De todo el que tú quieras. Podrías tener un disgusto en tu casa. Es verdad... pero ¿y qué? Y en el acto se acordó de las amonestaciones de Feijoo. Claro; no había necesidad de descomponerse, ni de faltar a la religión de las apariencias.
Si no inventas tú un específico, al fin tendré que inventarlo yo... Fortunata, dile que invente, hija, convéncele... Podéis ganar ríos de oro». Pocas veces veía Fortunata al señor de Feijoo, que iba a la casa de visita, ceremoniosamente, y se estaba allí como una hora, charlando más con la señora de Jáuregui que con la de Rubín.
Créalo usted; hay que anularse para triunfar; decir no soy nada para serlo todo. Feijoo, en vista de estas buenas disposiciones, se fue derecho al bulto. «A un espíritu tan bien fortalecido le dijo , se le puede hablar sin rodeos. ¿Doña Lupe no ha tratado con usted de cierto asunto...?». Maximiliano se puso del color de la grana de su embozo, y contestó afirmativamente con embarazo y turbación.
No hay mujer casada que no peque... Ya saben tapar bien esas señoras ricas. No me gusta, hija, que hables así de persona alguna y menos de esa. Yo me explico que no la quieras bien; pero observa que es inocente de las trastadas que te ha hecho su marido. Feijoo conocía a algunas personas de la familia de Santa Cruz.
¡Alabado sea el Santísimo!... dijo Feijoo con socarronería . En eso sí que son contrarios nuestros gustos, porque yo, en cuanto veo que los actores pegan gritos y las actrices principian a hacerme pucheritos, ya estoy bufando en mi butaca y mirando para la puerta... Nada de lágrimas. Lo que le conviene a usted ahora es reírse con las piececitas de Lara y Variedades.
Admiro mucho a la amiga Guillermina; pero no la puedo imitar». Feijoo expuso sobre aquel tema de la filantropía algunas consideraciones muy sesudas, y despidiose, dando a cada una de las señoras un fuerte apretón de manos. Aquella noche notó Fortunata en su marido algo que la puso en cuidado.
Feijoo le cogió la barbilla entre sus dedos, diciéndole con cariño: «¿Verdad, chulita, que tengo razón? ¿Verdad que sí?... ¡Ay, qué será de ti, chulita, cuando yo me muera!... ¿Y en lo que me queda de vida, si esta se prolonga y voy más para abajo todavía...? Hay que preverlo todo, compañera. ¡Me ha entrado un desasosiego...! ¡Qué gruesa estás y qué hermosota, y yo... yo... concluido, absolutamente concluido!
Al mes, ya Feijoo no podía vivir sin aumentar indefinidamente las horas que al lado de ella pasaba. Muchos días comían o almorzaban juntos, y como ambos amantes habían convenido en enaltecer y restaurar prácticamente la hispana cocina, hacía la individua unos guisotes y fritangas, cuyo olor llegaba más allá de San Francisco el Grande.
Sí tiene; tiene á San Isidoro de Sevilla, en erudicion; á D. Alonso el Sábio, en leyes; á Santa Teresa de Jesus, en disciplina y en ejemplo; á Juan de Mena, el marqués de Santillana, Garcilaso, Fray Luis de Leon, los Argensolas, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Rioja y Herrera, en poesía lírica; á Calderon, en poesía dramática; al soldado Alonso de Ercilla, en poesía épica; al autor del Quijote, en el romance; á Blasco de Garay, en el invento; al Padre Mariana, en historia; al Padre Isla, en sátira; al Padre Feijóo, en crítica; á Vives, en literatura filosófica; á Campomanes, en organizacion social; á Jovellanos, en economía; á Florez Estrada, en hacienda; y así otros muchos que no recuerdo en este instante.
Porque era imposible que ella y Feijoo tuviesen razón contra el mundo entero. «Conque ya sabes añadió el coronel ; el día en que se te antoje faltarme, me lo dices. Yo no creo en las fidelidades absolutas.
Palabra del Dia
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