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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Mi padre, dirigiéndose a él, dijo: «Oiga, señor lampistero; no habiendo aviso, supongo que hay vía libre, y espero que el tren pase de Busdongo.» Y volviéndose hacia : «Dime, Pedriño, ¿no es esto señal de ser un poeta? Sin intención he compuesto una sonora cuarteta. Siempre expreso en poesía el contento o el fastidio. Valeiro bien me decía que soy el moderno OvidioNo quiero cansarle.

Soy una persona decente, porque soy rico, y lo fue mi padre y también lo fueron mis abuelos. Porque soy rico y persona decente me fastidiaba en aquella época. Ahora no me fastidio: ahora agonizo. Pero en aquella época estaba hastiado. A los veinticuatro años había viajado mucho, y de mis viajes sólo había sacado en limpio una suma enorme de recuerdos embrollados.

D. Anselmo y doña Luz tenían, pues, una lenteja espiritual mancomunada, donde se entendían a maravilla, quedando el resto de la esfera de cada uno desconocida e inexplorada por el otro. Así es que jamás llegaban a saberse de memoria; escollo en que suelen dar los entendimientos afines, y que a la larga engendra fastidio y desvío.

Se han inventado anécdotas acerca de mi frialdad y de mi indiferencia. Una vez, un juramentado de Filipinas vino a , con el yatagán levantado, a cortarme la cabeza; yo le miré y bostecé de fastidio.

La gente es de buena estatura y bien hecha, aunque de color de aceituna. Hay no pequeña parte del pueblo que tiene como de herencia un género de lepra, que parece que los cuerpos están cubiertos de escamas de pescado, pero no les causa molestia ni fastidio.

Ahora caigo en la cuenta de que no me he divertido nunca. Todas mis aventuras han sido el deseo corriendo detrás del fastidio. ¡Y cree la gente que yo he sido un hombre feliz, que yo estoy enfermo de congestión de goces! ¡Estúpidos!». Sin saber cómo ni por qué, ciertas impresiones de aquel día se reprodujeron en su mente.

Así pasaba los días en sabroso comercio con lo desconocido, lo mismo en la época de su apogeo que en la de su decadencia. Estos tres ángeles caídos llevaban una vida monótona y triste. Su casa era la casa del fastidio. Parecía que las tres se fastidiaban de las tres, y cada una de las demás. Nos hemos olvidado de otro importante inquilino.

Habló cerca de hora y media. Al terminar, lo mismo el tribunal que el público, estaban visiblemente fatigados. Rectificó brevemente el acusador privado algunos errores de hecho. Sostúvolos el defensor, según era su condición, larga y prolijamente. De tal modo, que el fastidio engendrado por su primer discurso se multiplicó notablemente en el segundo.

Se le calculaba una fortuna de más de cien mil duros, y sin embargo vivía como un hurón en la gran casa heredada de su padre, sin otra compañía que una vieja criada, y arrastrando su fastidio por los talleres abandonados, que parecían cementerios. Tenía manías, y la más principal era combatir la debilidad de la vejez con un régimen de continua actividad.

Todo el mundo se mete en casita, y si el aburrido no acude a cualquier mentidero, es cosa de morirse de fastidio. Las calles desiertas, obscuras, lóbregas, silenciosas. Ni un organillo que alegre aquella espantosa soledad. Casi todas las casas están cerradas. ¿Qué se hacen a esa hora las dulces y modosas villaverdinas? Sábelo Dios.

Palabra del Dia

hociquea

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