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Actualizado: 13 de septiembre de 2025
Presa del mayor terror, don Fabricio huyó, llamando en alta voz al mayordomo y otros sirvientes; pero nadie acudía en su auxilio, y recorrió las galerías dando voces que retumbaban en las bóvedas de la señorial mansión. ¡Antonio, Bernardo, Julio, Gilberto! gritaba, pero nadie quería contestar, y con verdadero pavor bajó, puede decirse que rodó, la escalera, y corrió a llamar al conserje.
Miembro de una de las más esclarecidas familias de Toscana, con él terminaba su ilustre progenie: su único sobrino, el Conde Fabricio de Portinaris, se había marchado a América hacía quince años y no se había vuelto a tener noticia de él.
Su argumento es como sigue: Virginio, ciudadano de Roma, perdió á su hijo Fabricio cuando la sitió y saqueó el condestable de Borbón, y pasó después á Módena con su hija Lelia, hermana gemela del perdido. En dicha ciudad contrae ésta relaciones amorosas con un tal Lauro, que la abandona al poco tiempo, movido de su natural inconstancia, y enamorado de otra dama, llamada Clavela.
Pocos pero ricos muebles la exornaban y el techo carecía de plafond alegórico, motivo por el cual el Príncipe la prefirió a las demás, pues, como dijo sonriendo al mayordomo, no quería estar viendo los ángeles y mujeres desnudas de Julio Romano desde su lecho. Aquella noche, don Fabricio tomó ligerísima comida, y después se instaló en su gabinete, a escribir, hasta hora muy avanzada.
El notario recogió sus papeles, metiólos dentro de un cartapacio, y con éste bajo el brazo, fué a besar el anillo cardenalicio, y salió de la estancia después de hacer profunda reverencia. En seguida ordenó a su camarero: ¡Que pase el Conde! Don Fabricio de Portinaris rayaba en los cincuenta años.
Fabricio, si eres rico, mira bien el caudal que aquí poseo; y luego te suplico que me digas quién gana en este empleo; que yo con mi pobreza soy mas rico que tú con tú riqueza. ¿Tienes muchos criados? pues no te envidio sin tener ninguno. ¿Tienes muchos ducados? pues en mi choza no hallarás ni uno, ¿Tienes quietud? Ninguna. Pues búrlome por Dios de tu fortuna.
Quería ser Petronio, quería ser Fabricio Levrot, el gran cambrioleur, y hubiera querido ser el último personaje singular de la última lectura. Este espíritu impresionable paga caro su diletanttismo morboso, haciendo lamentables estancias en las cárceles de Europa.
Palabra del Dia
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