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Actualizado: 4 de septiembre de 2025


Aquel que a luz y a tornos desafía, En la mayor palestra que vió el suelo, Cuanta le ve estrellada monarquía, Es, a pesar del bárbaro desvelo, Filipo el Grande, que, árbitro del día, Está partiendo imperios con el Cielo;

Tambien prendió á una dama, porque habia De la cárcel sacado á su marido, Con crudo corazon y tirania, En muy brava prision la hubo metido. La triste con dolor así decia, Su rostro de llorar muy consumido: "Adonde estás, Filipo ¡Ay desdichada! Doliéraste de verme maltratada."

Y á los turcos seguían 40 alfayates más á caballo, y luego una cuadrilla numerosa á pie con chupas y sombreros de plumas, y los cuales llevaban unos tarjetones con ingeniosidades de este tenor: «La aguja, que es nuestro timbre, despunta por esos aires pirámides y monumentos de Filipo Quinto el grande.

Filipo el Sábio, rey muy poderoso, Que en suerte el Nuevo Mundo le ha cabido, Del aumento cristiano codicioso, Al Paraguay obispo ha proveido, Del órden Franciscano religioso, D. Pedro de la Torre es su apellido: Urue por General de la armada, Que fué para este efecto congregada.

Y, como tal, censuró la unión de Herodes Antipas con su cuñada y sobrina Herodías, esposa de Filipo. Herodías, por su parte, cobró al creador del bautismo un odio mortal, de mujer herida en su dignidad.

Hay reyes como el chichimeca Netzahualpilli, que matan a sus hijos porque faltaron a la ley, lo mismo que dejó matar al suyo el romano Bruto; hay oradores que se levantan llorando, como el tlascalteca Xicotencatl, a rogar a su pueblo que no dejen entrar al español, como se levantó Demóstenes a rogar a los griegos que no dejasen entrar a Filipo; hay monarcas justos como Netzahualcoyotl, el gran poeta rey de los chichimecas, que sabe, como el hebreo Salomón, levantar templos magníficos al Creador del mundo, y hacer con alma de padre justicia entre los hombres.

Pasó como un sueño, costosa manía de grandezas, la gloria militar de Carlos I: tras los males engendrados por la ambición y el despotismo, vinieron la estéril crueldad de Felipe II por conservar lo adquirido, la devoción relativamente mansa con que Felipe III imaginaba merecer del cielo lo que no sabía procurar en la tierra, y subió por fin al trono aquel Felipe IV a quien sus cortesanos llamaban Filipo el Grande, pero de quien nadie se acordaría hoy si no le hubiese retratado Velázquez.

El altar pagano se derrumba al hacer su confesión; el Demonio abandona el cuerpo de Aurelio, que cae de nuevo en tierra sin vida, y los sayones de Filipo, enfurecido, así como los de Cesarino, furioso al ver que desprecian su amor, se apoderan de Eugenia y de los demás cristianos para llevarlos al suplicio, y viéndose, á su desenlace, en la gloria á estos nuevos santos.

San Sebastian, que es isla allí cercano, Tomar por rehacerse ha procurado: No está lejos de allí un Lusitano, Salvador de Correa, muy honrado, En nombre de Filipo en el Genéro: Y oidme lo que hizo el caballero. Tan bien lo hizo el hijo, que llegando estaba el enemigo descuidado, En un punto le cerca, escopetando De suerte, que á gran priesa se ha embarcado.

D. Francisco saliendo de la guerra, A Potosì se fué, que deseaba Juntar los naturales de la tierra, Porque esto al Gran Filipo le importaba: De los valles los trajo, y de la sierra, Y en breve mucho número ha juntado, Y pòneles la tasa en los jornales Del trabajo y labor de los metales.

Palabra del Dia

sucintamente

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