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Actualizado: 7 de junio de 2025


¡Es... es... el... el... el guardacostas! balbuceó el fraile con una pena extrema. Y se oían rechinar sus dientes. Y miraba, con los brazos cruzados sobre su pecho jadeante. El gitano se encogió de hombros, fue a sentarse sobre un empalletado y se volvió hacia Santa María repitiendo: ¡Qué hermosa estaba!

Dios me concederá en su gran misericordia, contestó ella, la merced de no tenerme mucho tiempo apartada de la adorada madre mía; y Dios oiga mi perdón al de endurecidas entrañas, y mal cristiano y mal caballero, que a tal desesperado punto de extrema desventura nos ha traído; que ella a su duro rigor resistir no pudo, y yo en la más desdichada de las orfandades me encuentro.

La palmera se aclimataba como algo indígena. Se han invertido enormes fortunas; se han arruinado tres generaciones y enriquecido otras tantas. ¡Pensar lo que era esto hace un siglo!... ¡Ver lo que es ahora!... Habló el coronel de la tumba de una inglesa completamente abandonada en la punta extrema del Cap-Ferrat.

Ella se quedó pasmada, como quien por vez primera advierte una cosa que le extraña. Por la noche me pareció que estaba más seria que de ordinario y que con extrema habilidad me vigilaba de cerca. Arreglé mi actitud de conformidad con aquellos indicios, muy leves, sin duda, pero no por eso menos alarmantes.

, eso "se siente" en la expresión de las líneas y en la actitud, que revelan el rostro invisible, íntimo... Los griegos realizaron sin violencia tales prodigios por una extrema sutilización de las facultades artísticas y un divino equilibrio de la conciencia.

Había en ellas una sensibilidad extrema, y por afortunada despreocupación, no habían adquirido esa cultura literaria artificial, buscada, que generalmente falsea y con frecuencia anula en la mujer el tacto artístico. Por eso podían amar con naturalidad el estilo de ciertos autores y preferirlos a otros sin obedecer a sugestión alguna.

Su único consuelo era pensar en el chasco que se llevaría el pícaro ladrón. Cristela sabía, pues, que si su padre la amenazaba pegarle con el cetro de oro macizo, es porque se hallaba dispuesto, no precisamente a pegarle, pero a tomar una resolución extrema. La resolución sería casarla con el primer príncipe que llamara a la puerta del palacio en una noche de lluvia, pidiendo alojamiento...

Miró á su marido largamente, á pesar de que ella sola pensaba en la casa, y al fin aceptó, pero con la condición de que la princesa elevaría en la punta extrema de su propiedad una capilla á la Virgen. Era un deseo de su imaginación simple que había acariciado toda su vida. Sin la capilla no aceptaba el millón. «¡Vaya por la capilla!», dijimos.

Don Juan, mudo y absorto, permanecía en pie; Cristeta separó a un lado las ropas e hizo a su amante seña de que se sentara junto a ella en el sofá. Obedeció él, y en seguida, mirándolo todo con extrema curiosidad, sin poder ni querer contenerse, dijo: Esto es imposible, no puede ser. ¿Vives aquí? Cristeta, con grandísima calma, pero algo alterada la voz por la emoción, repuso: Esta es mi casa.

La confusión del joven era extrema, pues no sabía qué podían querer de él todavía. Necesitaba, ante todo le dijo Ferpierre, reconocer mi error y decir a usted que tenía razón.

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