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Actualizado: 15 de noviembre de 2025
Yo me he dicho: «¿Por qué mi propio genio no es más que una ruina? ¿Por qué la naturaleza, que yo encontraba tan hermosa, se ha marchitado con el tiempo? ¿Por qué no poseo ya ese poder creador, esa delicadeza exquisita, esa flor de sentimiento que inspiraban mis primeras obras? Ahora mis lápices son fríos, mis telas inanimadas, y mi alma se ha extinguido en los dolores.
Es, por cierto, curioso llegar sobre una mula, por sendas primitivas en la montaña, durmiendo en posadas de la Edad Media, a una ciudad de refinado gusto literario, de exquisita civilidad social y donde se habla de los últimos progresos de la ciencia como en el seno de una academia europea.
El temor, la alegría y la esperanza se apoderaron a la vez de mí corazón. El conde, al apretarme la mano, también me dijo con exquisita cortesía: No basta lo que hemos hecho. Es menester llegar hasta el fin... Ya sabe usted cuál es... Véngase por aquí otro día, y trataremos de organizar la batida. Salí de aquella casa en un estado de espíritu indefible, sin saber si me hallaba alegre o triste.
Pedro López comparaba en La Flor de Lis el salón de Currita con aquellas famosas tertulias que comenzaron en el hotel Rambouillet y acabaron con madame Staël, Recamier, Tallien y Girardin; y ciertamente que si no se encontraba en aquel como en estas la culta y amena conversación y la urbanidad más exquisita de antaño, que ha venido a ser hoy entre damas y caballeros como atributo exclusivo de las pelucas empolvadas y las chorreras de encaje, encontrábase de igual modo aquel principio disolvente de toda moral, que consiste en tolerar y autorizar el escándalo.
Al concluir, ni una palabra de comentario, sino el tímido estremecimiento de un acorde musical, y pronto, a dos voces delicadas, imperceptibles en su exquisita dulzura, los recuerdos de la patria que atrás quedaba, en un bambuco que también traía para mi alma la nota de la errante música de mis pampas argentinas.
Pero a mi pesar mis ojos se volvían hacia donde Magdalena dormía, vestida de ligera muselina, acostada sobre la áspera tela que le servía de alfombra. ¿Estaba encantado? ¿Estaba torturado? Trabajo me costaría decir si deseaba algo más allá de aquella visión decente y exquisita que reunía todas las circunspecciones y todos los atractivos.
Dentro como fuera, cortinas, alfombras y muebles de laca, todo era blancura propia del nido virginal escogido para los dieciséis años de la exquisita y pura niña, objeto de tan tierna solicitud. ¡Querida Blanca! Pensar que nos abandona estas lindas cosas... murmuró Julieta llena de agradecimiento.
Gratos eran sus besos, ya frescos como agua de peña viva, ya ardorosos como latidos de fiebre; pero ¡cuán más deleitosas eran las cosas que decía! ¡Qué mezcla tan extraña de impuro desenfreno y exquisita ternura!
Aquella noche la elocuencia de don Juan era maravillosa, y su ternura exquisita; a pesar de lo cual Cristeta tardó pocos minutos en notar que estaba caviloso. Traía fruncido el entrecejo y sus miradas denotaban mal disimulada preocupación. ¿Qué tienes? le preguntó cariñosamente. Nada. Me engañas, algo te pasa. No, mujer. Es claro; como no soy nada para ti...
La mantilla que usaban no era de velo, sino de sarga con franja de terciopelo, como las usan ahora solamente las artesanas. Llevaban bastón para apoyarse. Conservaban además la cortesía exquisita, la ligereza de carácter, la pasión por la sociedad y una alegría inagotable, maravillosa a sus años.
Palabra del Dia
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