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Ella rabió algo, riñó a D. Joaquín por haber andado en tales pretensiones sin consultarla antes, y, al fin, olvidó el desaire y se quedó tan fresca. ¿Qué necesidad tenía ella de emperatrices, cuando era en su casa la Emperatriz de la hermosura, de la discreción, de la elegancia y del buen tono: una princesa de Lieven o una madame Recamier de entretrópicos?

Cuando madama de Récamier vio venir las canas y las arrugas, decía a una de sus amigas: ¡Ah! querida mía, ya no me hago ninguna ilusión; desde el día en que los pequeños deshollinadores no se volvían en la calle para mirarme, comprendí que todo había concluido.

Cajas Imperio con la Recamier o Josefina tendidas en un sofá; cofres forrados de seda con pastorcitos de Wateau, verdaderas maletas de terciopelo flordelisado... Y las pobrecitas, ¡tan amables! con el gusto de exhibir los regalos de sus relaciones, hacen todas las tardes su ronda en el lado distinguido de la cubierta, y la gente pasa el viaje mascando caramelos y chocolates con crema.

Madame Récamier, a quien dicen que me parezco, me he dispensado una acogida excelente; he asistido en su casa a una lectura que ha dado M. de Chateaubriand, quien ha leído una tragedia titulada «Moisés»; la figura de este grande hombre me ha impresionado más que sus versos: tiene el aire majestuoso de un rey en medio de su corte.

Pedro López comparaba en La Flor de Lis el salón de Currita con aquellas famosas tertulias que comenzaron en el hotel Rambouillet y acabaron con madame Staël, Recamier, Tallien y Girardin; y ciertamente que si no se encontraba en aquel como en estas la culta y amena conversación y la urbanidad más exquisita de antaño, que ha venido a ser hoy entre damas y caballeros como atributo exclusivo de las pelucas empolvadas y las chorreras de encaje, encontrábase de igual modo aquel principio disolvente de toda moral, que consiste en tolerar y autorizar el escándalo.

Ha conocido a Florián y a Andrés Chénier, a Demoustier y a Madama de Stael, a Bertin y a Chateaubriand; ha rendido homenaje a madama Tallién, a madama Récamier, a la princesa Borghése, a Josefina, y a la duquesa de Berry. Ha asistido al encumbramiento de Bonaparte y a la caída de Napoleón.

Doña Inés López de Roldan distaba mucho de ser una lugareña vulgar y adocenada. Era, por el contrario, distinguidísima; y en su tanto de méritos mirados, o sea guardando la debida proporción, pudiéramos calificarla de una princesa de Lieveo o de una madame Récamíer aldeana. Su vida no pasaba ociosa, sino empleada en obras casi siempre buenas y en fructuosos afanes.