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Actualizado: 15 de octubre de 2025


En los buenos tiempos de la Castellana observábase un fenómeno que atestigua bien claramente de la exquisita delicadeza de sentimientos que suele existir en nuestra sociedad distinguida. Como no había gente bastante para llenar los dos caminos que ciñen la carretera, acaecía que el paseo se fijaba en uno de ellos.

Con el estudio de estos hermosos detalles, acabé de comprender lo que no comprendí a la simple lectura de la «Memoria», en cuyo intencionado laconismo, por lo tocante a la obra benéfica del patriarca, vi entonces otro rasgo de su exquisita delicadeza en sus relaciones conmigo.

Supongo, señor Sanjurjo, que usted ya se irá acostumbrando a las exageraciones de las andaluzas. Seguimos hablando de política. Luego volvimos a hablar de toros. Por último, recayó la conversación sobre poesía. La exquisita amabilidad del conde le impulsaba a ello, pues que yo le había sido presentado como poeta. En España hay muy buenos poetas dijo el prócer con la mayor vaguedad posible.

Allá, cerca de San Isidro, yo tenía una novia; se llamaba Luciana, una linda muchacha de dieciocho años, que cantaba con una gracia exquisita las canciones de nuestro tiempo. Yo era pobre y muy joven: la casaron con un viejo rico. ¡Ah, no te rías, así le ha pasado a Blanca conmigo, cualquiera diría que yo he querido vengarme de las mujeres! Pero ¡qué épocas aquellas!

Pero su exquisita delicadeza le prohibía ese inconsciente egoísmo, y si no le hablaba de su padre, al que, según ella, no había conocido, en cambio entretenía piadosamente la memoria de su madre en el corazón del huérfano.

El néctar era siempre delicioso, la ambrosía exquisita. Saboreaban el olor de las hecatombes, oían como una música el concierto de las voces suplicantes.

El flamante secretario podría muy bien figurar en Europa como exquisita muestra de lo mejor que produce el cruzamiento de las razas. La sangre guaraní corría por sus venas mezclada con la sangre española. Y esta mezcla o combinación había tenido un resultado excelente.

Dicen los que han vivido mucho tiempo en el seno de esa sociedad, que la atracción invencible del exterior nada es al lado de los encantos del espíritu y de la dulzura exquisita del corazón.

¡Ah! no. Será la herida aquella que harale daño a las veces. Esa ya cerró, Beatriz replicó entonces el mancebo; otra es la que agora vase reabriendo y haciéndome morir. ¿Morir? Un regalado morir que es vida, pues si ansí no me matara, yo muriera. ¡Ingenioso!... Exquisita llaga que me punza con sabrosos recuerdos. Beatriz suspiró.

Lejos de eso, si á me fuera dado, no solo procuraria retemplarlo, sino que daria mucho por poder rehacer los libros poéticos de las antiguas religiones, que Vd. sabe leemos hoy en prosa, por haberse perdido la prosodia de los idiomas primitivos, sin embargo de que el perfume de su exquisita poesía, trasciende al través de las edades.

Palabra del Dia

reclinándose

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