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A ratos parecía incomodado, y expresándose cual si refutara opiniones que acabara de oír, daba palmetazos en los brazos del sillón: «Si siempre he sostenido lo mismo, si no es de ahora esta opinión.

Y sentado junto a ella estaba Maltrana, el heroico Maltrana, expresándose con vehementes gesticulaciones, echando el busto hacia adelante, cual si la muchacha tirase de él con magnética fuerza. Al ver a su amigo, mostró Isidro cierta turbación, se cortó su verbosidad, lo mismo que si acabara de sorprenderle en algo vergonzoso.

Sin darse cuenta de ello, dejó de ser retórico aquella vez. Su instinto de orador se alejó de aquel peligro, y expresándose á veces con demasiada sencillez, no ocurrió tampoco en el desaliño ni la vulgaridad.

Lo había dicho varias veces a su amante, expresándose de una manera ruda; pero en aquel lance, parecíale ridículo volver sobre aquella idea verdadera o falsa del amor, porque en su buen instinto comprendía que toda aquella hojarasca de leyes divinas, principios, conciencia y demás, servía para ocultar el hueco que dejaba el amor fugitivo.

Como en uno de los sucesivos jueves dijera algo acerca de lo que le había gustado la fiesta de Pentecostés, la principal del año en la comunidad, y después recayera la conversación sobre temas de iglesia y de culto, expresándose la neófita con bastante calor, Maximiliano volvió a sentirse atormentado por la idea aquella de que su querida se iba a volver mística y a enamorarse perdidamente de un rival tan temible como Jesucristo.

Algunos, al contravenir por descuido la orden, se habían encontrado con las compañeras del príncipe más ligeras de ropa que cuando llevaban su elegante uniforme marino, ó con trajes ricos y exóticos, como figurantas de baile. En los grandes puertos saltaban á tierra por unas horas estas tripulantes misteriosas, vestidas con discreta elegancia y expresándose en diversos idiomas.

Después tomó parte en la conversación, expresándose con tanta serenidad y con juicios tan acertados, que se maravillaban de oírle todos los presentes. Juan Pablo discurría así: «Pues no está tan guillati como pensé, y lo que dijo antes revela más bien talento agudísimo. ¡Por vida de la santísima uña del diablo!

Por fin, desliando el pañuelo y expresándose a tropezones, quiso escapar por la tangente en esta forma: «Aquel día... cuando le dije a esa señora... aquello... después me pesó». ¿Y por qué no le pidió usted perdón? Digo que me pesó mucho. Estamos en ello... corriente... pero conteste claro, ¿por qué no le dio excusas? Porque me marché a mi casa. Bueno. ¿Y si ahora la viera usted?

Su locura senil tomaba un carácter lúbrico, expresándose con un lenguaje que escandalizaba ó hacía reir á todos los de la estancia. ¡Ah, ladrón, y qué lindo eres! decía mirando al nieto con sus ojos que sólo veían pálidas sombras . El vivo retrato de mi pobre finada... Diviértete, que tu abuelo está aquí con sus pesos.

Paz no podía analizar en qué estribaba ello, pero le gustaba hablar con Pepe, quien siempre la llamaba señorita, expresándose mucho mejor que la mayor parte de los caballeretes que por haberla visto una noche en un baile la llamaban por su nombre de pila. El arreglo de la librería tocaba a su término: unas cuantas mañanas más, y todo quedaría en orden.