Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 23 de mayo de 2025


Le expliqué el carácter de Oliverio, su repugnancia absoluta por el matrimonio. Insistí sobre su creencia quizás poco razonable, pero sin réplica, de que haría infeliz a cualquier mujer, no sólo a una determinada, sino a todas sin excepción. Así trataba yo de atenuar lo que de hiriente podía tener su resistencia. Lo hace cuestión de probidad dije a Magdalena, como último argumento.

Sin embargo, cuando pasé el umbral de aquel gran salón herméticamente cerrado, en el que ardían los cirios hacía dos días, y respiré el olor frío de las altas vigas saturadas de vejez, sentí un malestar de tristeza y como repugnancia por una vida que conduce a la infalible muerte. Empezaron a llegar amigos y parientes que yo no conocía y a quienes expliqué la ausencia de Lacante.

Va para negocios del caudal, que ni ni yo entendemos. Yo tengo tal confianza en Braulio, que no he querido cansarle en que me explique de qué naturaleza son esos negocios que tamaña prisa requieren. Bástame con que me haya dado completa seguridad de que no ocurre nada aflictivo. ¿Cómo, además, había él de ir tan alegre y tranquilo como va si hubiese que lamentar una desgracia?

Por fin llegó la pregunta que esperaba. ¿Y qué vientos le traen por aquí, señor Sanjurjo? Como tenía bien preparada la respuesta, le expliqué prolijamente las desgracias que me habían acaecido desde la paz. Primero, había residido dos años en Bayona, manteniéndome con los recursos que nos proporcionaban a los emigrados algunas personas acaudaladas del partido.

»Quiere usted que le hable de Magdalena, y si he de decir verdad no sabría de qué hablar si no hablo de ella; nada hay capaz de alegrar mi entristecido corazón tanto como su recuerdo, que siempre vive en mi pecho. »¿Quiere usted que le explique cómo nos revelamos mutuamente nuestro amor al mismo tiempo que este sentimiento se nos reveló a nosotros mismos? »Hace de esto unos dos años y medio.

Le expliqué la naturaleza de esta gratificación. Me la hizo repetir. ¿Y es esta la costumbre? agregó. , señora, toda vez que se consiente en un nuevo contrato. Pero ha habido en treinta años, según creo, más de diez contratos renovados... ¿Cómo es que no hemos oído hablar jamás de semejante cosa? No sabré decírselo, señora.

Expliqué yo luego a mi tío, con la razón de estos sucesos, mi conducta de todo el día; pareció tranquilizarse con ello; nos arrimamos poco después a la perezosa; cené yo con un apetito como no había sentido otro en mi vida, y una hora después nos retirábamos a dormir. ¡A dormir!... ¡Buenas andaban para ello las horas de aquel día y de aquella noche memorables!

Por qué os estáis aquí hablando. Id a buscar a Dunsey, os digo, y que explique por qué necesitó ese dinero y qué hizo de él. Se arrepentirá. Lo arrojaré a la calle. He dicho que quería hacerlo y lo haré. No me volverá a faltar. Id a buscarle. Dunsey no ha vuelto, mi padre.

Las guiaba el cariño por sus hombres, que a veces las trataban con una rudeza que tal vez explique el afecto que inspiraban a esas pobres criaturas. Más de una ha de dormir hoy el sueño eterno en el poblado cementerio de la compañía del canal; pero ¡bah!, entre morir a los veinticinco años en el delirio de la fiebre, o sobre un colchón de hospital a los cuarenta, ¿qué es preferible?...

De un salto estuve en los brazos de Francisca y le expliqué en dos palabras mi estudio del natural y mi deseo de no tomar posesión aquella tarde del rincón de las malas cabezas. Francisca me echa una mirada de pesar, lanzando un suspiro hacia nuestro querido biombo, y un gesto hacia la señorita Bonnetable.

Palabra del Dia

condesciende

Otros Mirando