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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Admiraba los heroicos expedientes discurridos por este hombre hacerse rico sin apelar a la vulgaridad del trabajo ordinario, reservado a los otros mortales. Y así permaneció Isidro algún tiempo, escuchando los planes del aventurero desorientado que iba a América con cuatro siglos de retraso. La honradez en alarma de sus oyentes formulaba tímidas observaciones.
Tampoco me era difícil encontrar en París, quien me prestara cien sueldos; pero estos expedientes que huelen a miseria y truhanería, me repugnaron decididamente. Para los pobres, esta pendiente es resbaladiza y no quiero aún poner en ella el pie. Para mí sería lo mismo perder la probidad que perder la delicadeza, que es la distinción de esta virtud vulgar.
Consagremos un recuerdo de consideración y lástima, en el último renglón de esta tragedia, al digno señor comisario de Beneficencia, autor de tantos y tan hermosos expedientes.
Semejantes tumultos siempre eran provocados por alguna palabra suelta que no era del agrado de la fracción a la cual se dirigía. En ocasiones se discutían hechos, o se desenterraban expedientes, tras de los cuales aparecía la honra de algún diputado enemigo en el mismísimo traje que llevar suelen a la cárcel o a presidio los reos vulgares.
La necesidad de acudir a cada paso con expedientes a restañar las heridas del crédito, a conjurar la bancarrota, había convertido el espíritu de aquella loca al positivismo vulgar, y había atajado las demasías eróticas de su fantasía juvenil. Hacía muy buena casada, en opinión de las gentes; esto es, atendía con gran esmero y diligencia a la hacienda y a los quehaceres domésticos.
Jamás llegaron a verse fuera de la quinta de Bellevue, porque Beatriz opuso una resistencia invencible a todas las combinaciones que Pierrepont le presentó para facilitar sus citas a solas. ¡Era culpable, es cierto! pero aun en su falta conservaba esa elevación de alma que desprecia los ruines expedientes de la galantería vulgar, y excepcional hubiese sido que en las condiciones de existencia que les habían creado los acontecimientos, no hubieran buscado para suplir a sus habladas ternuras el medio fatal de escribirse.
Volvió a la calle porque la voz se le mudaba, que era para el caso como perderla; y con la edad de comenzar las pasiones a abrir sus yemas, coincidió la mayor pobreza de su vida, por lo que no fue extraño, o a él no se lo pareció, que por aquellos días sus expedientes para procurarse el sustento y lo demás que necesita un mozo suelto y sin escrúpulos, fuesen del todo incompatibles con los rigores de la ley civil y criminal; sin que esto quisiera decir que llegase a robar, al menos con violencia; sino que, recordando tradiciones familiares, inventó industrias alegres y vistosas, como juegos de feria, con moderada trampa, inocentes chascos, justo castigo de tontos avarientos y confiados necios, en que el provecho que a él, a Mingo, le quedaba entre las uñas, era apenas la necesaria retribución de su trabajo, que hubiera sido exigua cotejada con el riesgo y con el primor y gracia de las trazas inventadas.
Aquella naturaleza de terror eterno ha ocultado con una máscara de bronce su elevada inteligencia, rápida, no obstante, y con mil expedientes en medio de una existencia de peligros imprevistos. ¿Qué hacer? Su familia estaba hambrienta y sus hijos lloraban: su mujer embarazada tiritaba encima de la nieve.
Sin embargo, este D. Casiano, cuando se encerraba en el cuartucho polvoriento y fementido que le servía de despacho y se colocaba delante de su mesa atestada de expedientes, no resultaba un hombre primitivo, sino bien refinado.
De entre aquella cordillera de olvidados expedientes, de los cuales hasta sus dueños habían perdido el recuerdo, y aglomerados allí por la contumaz procrastinación del ilustre Papiniano villaverdino; de entre aquella balumba de papeles amarillentos y polvorosos surgía un crucifijo, un cristo de talla, hecho en Guatemala, al decir de don Juan.
Palabra del Dia
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