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Actualizado: 16 de junio de 2025


En época de feria vagaba por las inmediaciones de los hoteles esperando a un «inglés», pues para él todos los viajeros eran ingleses, con la esperanza de servirle de guía. ¡Milord!... ¡Yo torero! decía al ver una figura exótica, como si su calidad profesional fuese una recomendación indiscutible para los extranjeros.

Eran indudablemente de la misma edad: debía estar al final de la veintena; ¡pero tan esplendorosa, tan distinta a las otras mujeres!... Parecía un ave exótica, un pájaro del Paraíso caído en un corral, entre lustrosas y bien cebadas gallinas. Don José el apoderado conocía su historia... ¡Una cabeza desbaratada la tal doña Sol!

A la sazón visitaba frecuentemente a la familia de su subjefe, que le recibía con los brazos abiertos. Nastenka lloraba a veces pensando en el terrible destino reservado a aquel aficionado a las negras. Kotelnikov, sentado a la mesa, sentía sobre él las miradas de piedad de toda la familia y se esforzaba en dar a su rostro una expresión melancólica y al mismo tiempo exótica.

Pasó entre las mujeres, sin reparar en sus movimientos de curiosidad, satisfecha de las ojeadas y del susurro de sus palabras, como si todo esto fuese un homenaje natural que debía acompañar su presentación en todas partes. El traje de una elegancia exótica y el enorme sombrero destacábanse con realce chillón sobre la masa obscura de los tocados femeniles.

La seguía el joven con la mirada, al través de los pinos y los cipreses, viendo empequeñecerse aquel cuerpo soberbio de mujer fuerte y sana. En torno de él parecía flotar aún su perfume, como si al alejarse le dejara envuelto en el ambiente de superioridad, de exótica elegancia que emanaba de su persona. Vio Rafael aproximarse al ermitaño, ganoso de comunicar su admiración.

En su base se apiñaba una confusión de barracas, feria exótica, donde pululaba una multitud rumorosa, y la luz de las linternas oscilantes salpicaba el crepúsculo de vagas manchas sangrientas. Los toldos blancos parecían al pie del negro muro bandadas de mariposas inmóviles. Una gran tristeza se apoderó de mi alma.

Adivinaba inmediatamente la causa de su enfurruñamiento, de la flojera con que respondía á sus caricias, del fuego sombrío que pasaba por sus ojos... La danza exótica le hacía recordar el pasado de ella. Y para dominarle de nuevo, sometiéndolo á una dulce pasividad, saltaba del diván, corriendo por la habitación.

Y entre sus lindas hermanas, la exótica viridiflora ocultaba sus capullos glaucos, como avergonzándose del extraño color alagartado de sus flores de su fealdad de planta rara, interesante tan sólo para el botánico. Tenía el chalet los dos pisos de rigor; el entresuelo repartido en comedor, cocina, salita y un angosto recibimiento; el principal dedicado a dormitorios y cuartos de aseo.

Palabra del Dia

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