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Actualizado: 1 de junio de 2025


No supo el tiempo que estuvo así. La luz también fue huyendo, dejando el cuarto en la sombra, y todo quedó en silencio... Todo, menos su pensamiento, que le hablaba sin cesar, y el pecho, que se rompía en sollozos. Y así estuvo mucho tiempo, mucho tiempo. Al cabo notó que la puerta del cuarto se abría suavemente.

Además se trata con una María Suárez... ¿dónde vive esa mujer?... Creo, señora, que sabéis demasiado dónde vive, y quién es la señora María. ¡Yo! Creo que vos sois la dama principal que estuvo anoche en casa de la señora María. ¡Yo! tenéis la mala cualidad de suponer absurdos. ¿Qué tenía yo que hacer en casa de tales gentes? Esa mujer dijo desalentado Montiño vive en la calle de la Priora.

En el resto de la zarzuelita estuvo saladísima, y en la única pieza que cantó, también la aplaudieron. Moviéndose y accionando parecía cómica veterana.

Pues hija, yo no tengo la culpa... Te acordarás que estuvo con el medio duro en la mano, ofreciéndolo y retirándolo, hasta que al fin su avaricia pudo más que la ambición, y dijo: «Para lo que yo me he de sacar, más vale que emplee mi escudito en anises...». ¡Toma anises! ¡Pobrecillo!... ponlo en la lista. Don Baldomero miró a su esposa con cierta severidad.

Intenté explicar mi repentino alejamiento, sin herirla a ella ni a don Oscar. Pero estaba tan confuso y avergonzado, que no dije más que tonterías. Doña Tula estuvo amabilísima conmigo; pero cuanto más lo estaba, más seria y cejijunta se ponía Gloria, que no había despegado ni despegó los labios durante nuestra plática.

Llamó, hizo avisar al señor De Nièvres y lo interpuso entre nosotros. Estuvo extraordinariamente hábil durante aquella visita, la primera quizás que le había hecho en actitud de ceremonia. El señor De Nièvres se mostró más flexible, sin abandonar cierta reserva, que se advertía más evidente a medida que se iba haciendo más sistemática.

Don Melchor dejó el brazo de su sobrino que tenía cogido, y se llevó la mano a la frente. Estuvo un rato largo sin hablar. Al cabo dijo con palabra lenta y acento melancólico: Bien está... Yo nada puedo hacer para evitar esa vergüenza... ¡porque es una vergüenza! añadió con energía. Eres mayor de edad, y aunque no lo fueses, en estos asuntos no intenvendría jamás. ¿Se enfada usted?

Por más que trabajó, hasta no poder más en los quites, el pobre Cigarrero no consiguió captarse la benevolencia, ni siquiera el perdón del público. El Gordo, en su toro, estuvo como casi siempre, pasando de muleta con maestría y pinchando bastante mal. Lagartijo toreó el suyo sobre corto y con frescura, y se metió por derecho a volapié, dando una buena estocada, pero saliendo trompicado.

En la escalera no volvió a encontrar a nadie, ni una mosca siquiera, ni oyó más ruido que el de sus propios pasos. Cuando Estupiñá le vio entrar sintió tanta alegría, que a punto estuvo de ponerse bueno instantáneamente por la sola virtud del contento.

No se meta usted en lo que es de la mía». Se había hecho de noche y los dos interlocutores no se veían. Pero mientras Paca estuvo en la alcoba haciendo que ordenaba las cosas, moviendo los trastos y revisando las medicinas, D. Evaristo no desplegó los labios. Miraba a su ama de llaves, y su sonrisa maliciosa quería decir: « te cansarás». Así fue.

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