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Actualizado: 1 de junio de 2025


Después de dar un vistazo general a todos aquellos característicos accesorios, cuadras y gallineros inclusive, de la mansión del caballero a quien íbamos a visitar, y siempre bajo la dirección de Neluco, seguíle yo estragal adentro y escalera arriba, y así llegamos a la pieza que podía llamarse estrado o salón de recibir, amplia, con luces a un gran balcón de hierro, de viguetería descubierta y suelo de recias tablas de castaño.

Hombre interrumpió aquí mi tío que estaba presente, mientras Neluco se sonreía como si se burlara de las mismas ponderaciones que iba haciéndome, que veas a Promisiones, bien está; que conozcas de vista la casona de los Gómez de Pomar, pase también; pero que lo que queda allí de esa sangre vieja valga la pena de meter su jocico en aquel estragal un cabayeru como ... ¡pispaju! eso que lo niego a pies juntos.

Y murmurando así la tía Simona, deja las almadreñas á la puerta del estragal; cuelga la saya de bayeta con que se cubría los hombros del mango de un arado que asoma por una viga del piso del desván; entra en la cocina, siempre seguida del chico, con la cesta que traía tapada con la saya; déjala junto al hogar; añade á la lumbre algunos escajos; enciende el candil, y va sacando de la cesta morcilla y media de manteca, un puchero con miel de abejas y dos cuartos de canela; todo lo cual coloca sobre el poyo y al alcance de su mano para dar principio á la preparación de la cena de Navidad, operación en que la ayuda bien pronto su hija que entra con dos escalas de agua y protestando que «no ha hablao con alma nacía, y que lo jura por aquellas que son cruces..., y que mal rayo la parta si junta boca con mentira».

Llegó la tarde, fría, brumosa y tétrica; subió el vecindario en masa, pedregal arriba, detrás del Cura con ornamentos negros, precedido del estandarte de las «Ánimas» y de un crucifijo grande; resonaron en el estragal, entonadas por voces bien avenidas con la sonora de don Sabas, lamentaciones terribles del santo Job, el mayor poeta fúnebre de que hay noticia en la tierra; bajóse el féretro entre nuevos llantos y gemidos; y andando, andando con él hacia el pueblo la luctuosa procesión el camino que había andado poco antes hacia arriba, llegamos al campo santo después de una detención breve a la puerta de la iglesia, para que el hijo fiel y sumiso recibiera de su Madre cariñosa la bendición de despedida.

Después, velones, candeleros, palmatorias y candiles, iluminando hasta lo más obscuro y remoto; el cuarto de mi tío, con las seis velas encendidas ya, rechispeando la luz, y el brazado de cirios traídos de la iglesia, ardiendo también al cuidado de los dos hombres encargados de darles a tiempo el destino que tenían; Marmitón encuadrado en la puerta de la cocina y mirando al crucero iluminado, sin atreverse a dar un paso hacia él; Mari Pepa yendo y viniendo por todas partes; su hija dando los últimos toques al cuadro general; Tona sin chistar y pasmadota, cerca de don Pedro Nolasco; Pito Salces y Chisco, en el estragal, con sendos cirios ardiendo, en la mano; mi tío, con los ojos entreabiertos, recostado contra las almohadas y rezando sin cesar; Facia, con su mejor vestido negro y atenta a lo que pudiera necesitar el enfermo, junto a la puerta de su cuarto, de pie, inmóvil y melancólica; la campana de la iglesia tañendo acompasadamente; el silencio casi absoluto en los ámbitos de la casona, y yo, clavado como una estatua en el salón dominando con la vista el aposento de mi tío y hasta el crucero del fondo del pasadizo, observándolo todo, oyéndolo todo, y presa de una emoción que, por lo compleja y extraña, no me podía explicar.

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