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Saltaban en las sendas los pardos conejos, con su sonrisa marrullera, enseñando, al huir, las rosadas posaderas partidas por el rabo en forma de botón; y sobre los montones de rubio estiércol, el gallo, rodeado de sus cloqueantes odaliscas, lanzaba un grito de sultán celoso, con la pupila ardiente y las barbillas rojas de cólera.

Toda la sangre de sus abuelos estaba allí. Cinco ó seis generaciones de Barrets habían pasado su vida labrando la misma tierra, volviéndola al revés, medicinando sus entrañas con ardoroso estiércol, cuidando que no decreciera su jugo vital, acariciando y peinando con el azadón y la reja todos aquellos terrones, de los cuales no había uno que no estuviera regado con el sudor y la sangre de la familia.

El filósofo de la busca estaba sentado dentro del vehículo, con las barbas esparcidas sobre las rodillas, aguardando a su criado el Bobo, que recogía el estiércol de los pisos altos. Zaratustra se incorporó al reconocer a Maltrana. Reía maliciosamente, guiñaba sus ojillos al verle por primera vez después de su fuga con Feliciana, que tanto había dado que hablar a las gentes de las Carolinas.

El hijo mayor hacía continuos viajes á Valencia con la espuerta al hombro, trayendo estiércol y escombros, que colocaba en dos montones, como columnas de honor, á la entrada de la barraca. Los tres pequeñuelos, graves y laboriosos, como si comprendiesen la grave situación de la familia, iban á gatas tras los cavadores, arrancando de los terrones las duras raíces de los arbustos quemados.

El agua había venido muy a tiempo, pero más que al agua se debía a la gran cantidad de abono que había echado. dirás: ¿dónde podrá hacer D. Restituto tanto estiércol para una tierra como ésta, de quince días de bueyes? Voy a explicártelo. Yo, aunque tengo nueve cabezas de ganado, no podría abonar ni la mitad de la tierra que llevo. ¡Aquí del intelectus!

No veía la muchedumbre famélica esparcida a sus pies, la horda que se alimentaba con sus despojos y suciedades, el cinturón de estiércol viviente, de podredumbre dolorida. Era hermosa y sin piedad. Arrojaba la miseria lejos de ella, negando su existencia.

En el fondo de la casucha, con la cabeza hundida en cajones que servían de pesebres y las grupas frente a la puerta, estaban los caballos, las mulas y los burros que constituían la fortuna de la familia. Los colchones astrosos, apilados en un rincón, se extendían por la noche junto a las patas traseras de las bestias, durmiendo la familia y su capital acariciados por el calor del común estiércol.

Respiraba con dificultad el aire puro, después de su permanencia en aquel antro saturado de polvo y estiércol. Volvió a ver Madrid ante él, con su enorme masa de gran ciudad, con torres en las que sonaban campanas y chimeneas enormes ennegrecidas de humo. Sentía asombro, inmensa extrañeza, por esta vida ruda y salvaje que le rodeaba, teniendo a la vista un gran núcleo de civilización.

¡Tonterías! respondió Ben-Tovit con acento burlón . ¡Si posee, en efecto, el don de curar, que me cure a el dolor de muelas! Y tras un corto silencio añadió: ¡Dios mío, qué polvareda han levantado! ¡Ni que fueran un rebaño! Debían de echarlos a palos. ¡Llévame abajo, Sara! Su mujer tenía razón. El espectáculo le había distraído un poco, o quizá el estiércol pulverizado le había aliviado.

Aumentábase su compasión hacia Perucho, el rapaz embriagado por su propio abuelo; le dolía verle revolcarse constantemente en el lodo del patio, pasarse el día hundido en el estiércol de las cuadras, jugando con los becerros, mamando del pezón de las vacas leche caliente o durmiendo en el pesebre, entre la hierba destinada al pienso de la borrica; y determinó consagrar algunas horas de las largas noches de invierno a enseñar al chiquillo el abecedario, la doctrina y los números.