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Tan era así, que muchos días antes del baile ya había celebrado largas conferencias con Clementina acerca de este punto esencialísimo. Formóse el corro de sillas. Pepe Castro fué a sacar a Esperanza, que tomó su brazo de buen grado. Mas antes de dar un paso llegó el conde de Agreda. ¡Cómo, Esperancita! ¿No me había usted concedido el cotillón? preguntó sorprendido.

Llegó D. Julián Calderón con Mariana y Esperancita, Cobo Ramírez con León Guzmán y otros tres o cuatro pollastres, el general Pallarés, los marqueses de Veneros y otras varias personas, entre las cuales predominaban los banqueros y hombres de negocios. Uno de los últimos en llegar fué el duque de Requena, a quien se hizo la misma acogida ruidosa y lisonjera que en todas partes.

Esperancita se puso como una cereza bajo la penetrante mirada del joven. Lo mismo concluyó por decir con frialdad . Todos son buenos amigos. ¿Va usted hoy a casa de mi cuñada? dijo Mariana sin advertir lo que pasaba. Iremos Ramón y yo: ¿no es sábado hoy? ¿Y ustedes? Yo no tengo gana de recepción. Hace unos días que me encuentro un poco molesta de la garganta. No digas que estás enferma, mamá.

Y siguieron por la Carrera de San Jerónimo hguardoa Puerta del Sol. ¿Cómo estás con Esperancita? se dignó preguntar Castro, soltando una bocanada de humo y parándose a mirar un escaparate.

El tono de Esperancita revelaba despecho. Por los ojos de Ramoncito pasó un relámpago de alegría legítima y dirigió una mirada de triunfo a su amigo Pepe. La niña mostraba deseos de ir desde que supo que él asistiría también. La conversación comenzó a rodar sobre lugares comunes, deteniéndose con predilección en el más común de todos en la corte, o sea sobre los artistas del teatro Real.

Buenos ojos le vean a usted, Pepe dijo Esperancita clavando los suyos, risueños y nada feos, en el famoso salvaje. Preciosos son los que le están viendo ahora se apresuró a decir Ramoncito. Castro, antes de responder, le volvió a mirar severamente. El concejal, aturdido, dijo para amenguar un poco su torpeza: Porque ésta es la familia de los ojos bonitos. Gracias, Ramón.

Mariana le suplicaba que no fuese excesivamente severo con ellos; serían tal vez padres de familia. Mas no lograba ablandarle. Indudablemente, sus principios de justicia municipal eran más inflexibles que sus músculos cervicales, a juzgar por el número incalculable de veces que volvía la cabeza hacia el sitio en que Esperancita y Pepe departían. No estaba celoso.

Naturalmente, Ramoncito aprovechó este desahogo para poner de manifiesto el contraste entre su parquedad poética y la glotonería prosaica de Cobo; hasta que Esperancita le paró los pies diciendo con mal humor a su amiguita Paz, que estaba del otro lado: Pues a me gustan los hombres que comen mucho. A también repuso Pacita . Al menos indica que no tienen enfermo el estómago.

Aunque así no fuese, la hija de Calderón las hubiera acogido con la misma hostilidad. ¡Vamos, Pepe, usted tiene ganas de guasearse! ¡Que , Esperancita, que ! Ramón tiene un gran porvenir y no sería difícil que con el tiempo le veamos ministro.

que te gusta más meterte en la cama temprano manifestó Esperancita con mal humor. La madre la miró con sus ojos grandes, apagados. Tengo la garganta irritada, niña. ¡Qué casualidad! exclamó ésta en tonillo irónico . No te he oído eso hasta ahora. Si es que tienes ganas de ir repuso Mariana acabando de adivinarlo , que te lleve tu papá. Bien sabes que papá, no saliendo , no quiere salir.