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Actualizado: 28 de julio de 2025


Así que, no nos atrevemos a asegurar que Ramoncito, en la primera etapa de su conversación con Esperancita, se mantuviese siempre del lado de acá de la elegancia. Hay algún fundamento para pensar que no fué así.

¿Por qué no? Pues yo quisiera mucho oirle hablar un día.... Y Esperancita tiene más deseos que yo, de seguro. ¡No, no!... Yo no se apresuró a decir la niña. Vamos, chica, no lo disimules. ¿No has de tener ganas de oir hablar a tu novio? Esperanza se puso como una amapola y exclamó precipitadamente: Yo no tengo novio, ni quiero tenerlo. Ramoncito también se puso colorado.

Ramoncito se creía sinceramente enamorado de Esperancita, y acaso tuviera razón para ello, pues la apetecía, pensaba en ella a todas horas, buscaba con afán los medios de agradarla y aborrecía de muerte a sus rivales. Por mas que se esforzaba en seguir los consejos del admirado Pepe Castro, procurando ocultar su inclinación o al menos la vehemencia con que la sentía, no lo lograba.

Pero León Guzmán, una vez sosegada la risa, pudo con maña retirarse un poco y entablar conversación aparte con Esperancita. Esto llenó de dolor y sobresanó a Ramón. Hacia días que venía observando que el conde de Agreda miraba con buenos ojos a su dueño adorado. Considerábale más temible que a Cobo, por ser hombre de brillante posición.

Lo mismo que sus esposos, hijos y hermanos, el color de aquellas mujeres era pálido, enfermizo, sus facciones menudas, su mirada lánguida, sus manos y sus pies pequeños. Al pasar vieron también algunos hombres atacados de fuerte temblor. ¿Qué es eso? ¿Por qué tiemblan así esos hombres? preguntó asustada Esperancita. Son modorros le respondió un empleado. ¿Y qué son modorros?

Antes de hacerlo, el joven concejal tuvo ya un momento de debilidad. Viendo a Esperancita algo apartada de su madre y abuela, pensó que era propicia ocasión para mantener con ella conversación secreta, y vaciló en llevar allá su silla. Una mirada expresiva de Castro le hizo volver en su acuerdo.

Fué aquél un golpe rudo para Maldonado. Considérese que estaba delante de Esperancita y de otra porción de señoras y señoritas. Tan rudo fué que le aturdió como si le hubiesen dado en la frente con una maza. Se puso lívido, sus labios temblaron antes de poder articular una palabra.

Esperancita deja apresuradamente a su amiga y a Ramírez y se pone a ayudar con solicitud a su madre en la tarea de servir el te a los tertulios.

Para reparar un poco la torpeza se puso a contarles lo que había pasado el día anterior en el Ayuntamiento, con tales pormenores, que Mariana no tardó en bostezar como una bendita que era, y D.ª Esperanza se enfrascó en su bordado y dió señales de estar pensando en cosas muy distintas. Esperancita terminó por hacer una seña a Castro para que se acercase.

En efecto, es del mismo color ... pero está todo picado.... No sirve. Esperancita fingía estar absorta en su labor; pero tenía el rostro como una amapola. Tan sólo D.ª Esperanza tomó en serio el asunto y lo discutió. Al fin fué desechado, con disgusto del banquero, que quedó murmurando algunas frases poco halagüeñas acerca del orden y economía de las mujeres.

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