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Actualizado: 5 de julio de 2025
Viendo que la Pepa no dijera nada, Peñálvez se atrevió a hablarle y le dijo muy quedo, con su voz más tierna e insinuante: Pepa, ¿no me conoces ya?... Pepa seguía silbando como si no le oyese... Pepa, soy Peñálvez, el escribiente de la policía y amigo de don Lucas. ¿No te acuerdas de cuando iba a visitarlo? Pepa continuaba sin responder...
Como sucede siempre, quisieron imitarle; mas sus imitadores sufrieron fracasos lamentables. Uno de ellos, un viejo escribiente que contaba veintiocho años de servicio y sostenía una numerosa familia, declaró de repente que sabía ladrar como un perro, y no tuvo ningún éxito.
El movimiento de la pluma de mi escribiente depende de mi voluntad, pero nó como de una verdadera causa eficiente, sino como de una ocasion; porque en el escribiente se halla la misma serie que en el ejemplo anterior, y en esta serie se encuentra el primer término que es su voluntad, la cual yo no puedo determinar absolutamente, pues que por ser libre se determina á sí propia.
Al mismo tiempo Juan pone una cara muy afligida, y llevándola dentro del portal del Fiel Contraste, le dice: «Me he arruinado, chica, y para mantener a mis padres y a mi mujer, estoy trabajando de escribiente en una oficina... Pretendo una plaza de cobrador del tranvía. ¿No ves lo mal trajeado que estoy?» Fortunata le mira, y siente un dolor tan vivo como si le dieran una puñalada.
Ulises, al seguirla, adivinó fija en sus espaldas la mirada recelosa del escribiente. ¿También es polaco? preguntó. Sí, polaco... Es un protegido de la doctora.
El burgués era un adolescente pálido y desmedrado, un muchacho de dieciséis años, con el traje raído, pero con gran cuello y vistosa corbata; el lujo de los pobres. Temblaba de miedo al enseñar sus pobres manos finas y anémicas, manos de escribiente encerrado a las horas de sol en la jaula de una oficina.
Además, la fortuna favoreció a los enamorados, porque los electores de don Luis, acostumbrados a su largo mutismo, le dispararon una nube de telegramas de felicitación, tras del telégrafo usaron del correo y, como fue preciso contestar a tanta enhorabuena, el senador determinó emplear a Pepe como escribiente.
Poco vas a ganar, muchacho; pero, ¡algo es algo! Ya veremos si después encontramos cosa mejor. Castro Pérez había despedido a su escribiente, y en atenta carta avisaba a mi maestro que el empleo estaba a mi disposición. Hacía grandes elogios de mí, y se prometía encontrar en el nuevo amanuense un joven «inteligente, activo y útil».... Yo dije para mí, cuando leí el párrafo: ¡Y que gane poco!
Juzgándome arruinado, todos aquéllos que mi opulencia humilló, cubriéronme de ofensas. Los periódicos, con triunfal ironía, publicaron mi miseria. La aristocracia, que balbuceaba adulaciones, inclinada a mis pies de Nabab, ordenaba ahora a sus cocheros que atropellasen en las calles el cuerpo encogido del escribiente de secretaría.
Por qué el nombre de su escribiente le producía en aquel instante tal enternecimiento, no podemos explicarlo. Acaso en las grandes crisis de la vida, se despierten vivas y súbitas simpatías en el fondo de nuestro ser, de las que no teníamos la menor sospecha. El cementerio viejo, próximo ya a dedicarse al cultivo, era un pequeño cercado donde crecía la hierba y la maleza.
Palabra del Dia
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