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Actualizado: 5 de julio de 2025


Resulta de lo dicho que la renta por todos sus gastos anuales solo pagaba un 25 por 100 de administracion, trecientos pesos por razon de casa, y cien pesos para un escribiente: estos datos deben no perderse de vista. Gobernando las Islas el Excmo. Sr.

Emancipadas las Américas, la administracion de correos de Manila empezó á entenderse directamente con la direccion jeneral de Madrid, y poco despues de esta época, se aumentó al administrador en Filipinas un abono de trecientos pesos por razon de casa y cien pesos para un escribiente, únicos gastos de la renta; y que si se querian garantir mas sus ingresos, con solo añadir un interventor al tanto por ciento igualmente, estaba hecho cuanto se podia apetecer para mayor seguridad de sus fondos.

Para aquellas pobres gentes, el escribiente del tribunal era el oráculo de Delfos para los antiguos griegos. Dándole un real y un tabaco, añadió, te dice todas las leyes que se te hincha la cabeza oyéndole. Si tienes un peso, te salva aunque estés al pié de la horca.

Y añadió en voz misteriosa: ¡Es una jugada del chino Quiroga! ¡Ejem, ejem! volvió á toser el maestro pasando el sapá del buyo de un carrillo á otro. Créeme, Chichoy, ¡del chino Quiroga! ¡Lo he oido en la oficina! Nakú, ¡seguro pues! exclamó el simple, creyéndolo ya de antemano. Quiroga, continuó el escribiente, tiene cien mil pesos en plata mejicana en la bahía. ¿Cómo hacerlos entrar?

Mas antes la harían pedazos que dejase traslucir semejantes afectos, y cuanto más guapo, más esclavo quería al mísero escribiente de D. Diego, más humillado cuanto más airoso en su humillación.

Un vasito de agua... No es nada. Usted qué entiende de estas cosas... Mucho, mucho. La falsificación existe. Que usted no es autora de ella, no tiene duda, pues se perpetró ese delito, según todas las apariencias, cuando usted tenía tres años. Entonces... Su padre de usted, Tomás Rufete, era un hombre ligero, de costumbres desordenadas. Le conocí, le tuve de escribiente.

¡Si al menos estuviera en la cabecera, todavía!... dijo haciendo alarde de su poder. El escribiente sabía muy bien que su poder no pasaba de los límites de Tianì, pero le convenía conservar su prestigio y quedarse con la tapa de venado. Pero, os puedo dar un sabio consejo y es que vayais con Julî, al Juez de Paz. Es menester que vaya Julî.

Pase usted. Me colé de rondón. Mi hombre, casi tendido en una poltrona, cerca de la ventana, revisaba un legajo. Al sentirme se incorporó contrariado, dejó el asiento, y fué a cerrar la puerta, acaso para que no pudiese oirnos el escribiente. ¿Qué mandaba usted? me dijo frunciendo el entrecejo. Mi maestro, el señor don Román López, me ha recomendado....

El buen hombre se contentaba con toser, guiñaba á su oficial y miraba hácia la calle, como para decirle: ¡Pueden espiarnos! ¡Por lo de la opereta! continuó el obrero. ¡Ohó! exclamó uno que tenía cara de simple; ¡ya lo decía yo! Por eso... ¡Hm! repuso un escribiente en tono de compasion; lo de los pasquines es cierto, Chichoy, ¡pero te daré su explicacion!

Un sillón de magistrado, una poltrona de ministro o un taburete de escribiente... cualquier cosa; lo importante era sentarse en algún sitio.

Palabra del Dia

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