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Actualizado: 7 de julio de 2025


Iba lanzando nombres el escribano, y algunos, al no obtener respuesta, provocaban la intervención de la fuerza pública. Obedeciendo a una seña del mayordomo, salían los ridículos gendarmes en busca del fugitivo por todo el buque. Era alguno que deseaba aumentar la alegría pública con este incidente de su invención.

Y que cuando V. Magd. fuere servido de mandarle dar alguno, sea sotana, herreruelo y calzones de paño, jubón de olandilla o camuzas, medias de seda, ligas y dos camisas: y a todos se ha de tomar la medida por sus cuerpos, y presente el escribano de Cámara, que certificara lo que es menester puntualmente.

Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas.

Sentóse el escribano en un poyo para escrebir el inventario, preguntándome qué tenía. "Señores -dije yo-, lo que este mi amo tiene, según él me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar derribado." "Bien está -dicen ellos-. Por poco que eso valga, hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene eso?", me preguntaron. "En su tierra", respondí.

Todas las noches vamos de tertulia en casa de Rosita, la hija del escribano de Villabermeja, que es ahora condesa, y una de las mayores elegantas de la corte. A su casa no van, por lo común, más señoras que nosotras; pero en cambio van muchos hombres de los más distinguidos en letras, armas y política. Hay allí la mayor cordialidad. Parecen todos amigos íntimos y cariñosos.

3 Y la gloria del Dios de Israel se alzó de sobre el querubín, sobre el cual había estado, al umbral de la Casa; y llamó al varón vestido de lienzos, que tenía a su cintura el tintero de escribano.

Un capitán con vagas noticias de una tierra nueva encontraba siempre un cura poseedor de ahorros, un escribano ávido, un hidalgo capaz de vender sus terruños, que se asociaban con él para la aventurera empresa, facilitando capitales con los que se adquirirían barcos, armas y víveres. El rey sólo daba su licencia, reservándose a cambio de ésta el quinto de las ganancias.

Desde entonces, si mentáis al escribano, os dirán todos: ¿Porras? ¡Si es capaz de disputar con los difuntos! Correctamente vestido de negro, albeándole la camisa, desaliñado el calzado y muy peinada y brillante la profusa barba, era un tipo de los más simpáticos; pero más simpática aún era su charla.

"Por Dios, que está bueno el negocio, dijeron ellos. ¿Y adónde es su tierra?" "De Castilla la Vieja me dijo él que era", les dije yo. Riéronse mucho el alguacil y el escribano, diciendo: "Bastante relación es ésta para cobrar vuestra deuda, aunque mejor fuese."

Y hecho su sermón y despedido desde el púlpito, ya que se quería abajar, llamó al escribano y a , que iba cargado con unas alforjas, e hízonos llegar al primer escalón, y tomó al alguacil las que en las manos llevaba y las que no tenía en las alforjas, púsolas junto a sus pies, y tornóse a poner en el púlpito con cara alegre y arrojar desde allí de diez en diez y de veinte en veinte de sus bulas hacia todas partes, diciendo: "Hermanos míos, tomad, tomad de las gracias que Dios os envía hasta vuestras casas, y no os duela, pues es obra tan pía la redención de los captivos cristianos que están en tierra de moros.

Palabra del Dia

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