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Actualizado: 29 de julio de 2025


Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 123. Tal carta no acredita en ninguno de los conceptos la delicadeza del que la escribía, y, sin embargo, el más grosero de ellos está repetido en las que dió al público.

Cartas al Soberano, al Santo Padre, a los embajadores y ministros. Por ahí empiezan muchos. ¡Quia!; no, señor. Escribía decretos, leyes y reales órdenes. Aunque al salir de su cuarto cerraba siempre, yo hallé una noche medios de abrir, y vimos todo.

A , personalmente, me produce la impresión de un canario hidrófobo; algo, en fin, absurdo y horrible. El novio, lleno de entusiasmo, refería al maestro las cualidades de su futura. «Es hermosa como el lucero de la mañana» decía el joven. El filósofo escribía: «cero». «Es rica, como la heredera de Creso» añadía el doncel.

Unas veces firmaba con su nombre, otras con cualquier gracioso pseudónimo o anagrama. Celebraban los mareantes una fiesta en honor de San Telmo: don Rosendo escribía inmediatamente su carta al Progreso de Lancia o a La Abeja, describiendo la verbena, los fuegos artificiales, la misa, la procesión, etc.

He querido por esta vez sola no saber nada de lo que Pereda escribía en Polanco este verano, y tomar su novela como obra de un extraño.

Soñar con la implantación de una edad de oro desconocida en la historia, consagrar en las instituciones el ideal de los poetas y de los filósofos publicistas de la escuela de Clarke, que escribía en su gabinete una constitución para un pueblo que no conocía, es simplemente pretender substraernos a la ley que determina la acción constante de nuestro organismo moral, idéntico en Europa y en América.

De la rapidéz de su trabajo hay una prueba en sus propias palabras de la égloga á Claudio, puesto que escribió más de cien comedias en el término de veinticuatro horas, que fueron representadas. Montalván dice á este propósito lo que sigue: «Aún la pluma no alcanzaba á su entendimiento por ser más lo que él pensaba que lo que la mano escribía.

Claretie estaba desesperado. «Nunca me consolaré escribía luego al futuro autor de «Cyrano» de ver desvanecerse esa pompa irisada de jabón...» Para recobrarse del descalabro sufrido, Julio Claretie pidió á Rostand «otro acto», asegurándole que, por lo menos, sería leído.

Tambien escribia versos en aquel siglo un poeta murciano, descendiente de judíos i llamado Diego Beltran Hidalgo, hombre de grandisima memoria i de no menor facilidad en hacer versos i en saberlos glosar con suma destreza.

Pero escribía otra vez, procuraba reportarse, y al cabo la indignación, la franqueza necesaria a su pasión estallaban por otro lado; y entonces era él mismo quien aparecía hipócrita, lascivo, engañando al mundo entero. «, , decía, yo me lo negaba a mismo, pero te quería para ; quería, allá en el fondo de mis entrañas, sin saberlo, como respiro sin pensar en ello, quería poseerte, llegar a enseñarte que el amor, nuestro amor, debía ser lo primero; que lo demás era mentira, cosa de niños, conversación inútil; que era lo único real, lo único serio el quererme, sobre todo yo a ti, y huir si hacía falta; y arrojar yo la máscara, y la ropa negra, y ser quien soy, lejos de aquí donde no lo puedo ser: , Anita, , yo era un hombre ¿no lo sabías? ¿por eso me engañaste?

Palabra del Dia

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