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Actualizado: 28 de junio de 2025


Su fama había llegado hasta Madrid. Los aficionados de la corte sentían curiosidad por conocer al «niño sevillano», del que tanto hablaban los periódicos y del que se hacían lenguas los inteligentes andaluces. Gallardo, escoltado por un grupo de amigos de la tierra que residían en Madrid, se pavoneó en la acera de la calle de Sevilla, junto al Café Inglés.

Cuando pasaba bajo los balcones el cuerpo inerte de Mauricia la Dura, cargado por los de Orden Público y escoltado por el gentío, Fortunata se quitó del balcón, porque le faltaba ánimo para presenciar tal espectáculo. Doña Lupe y Papitos que lo vieron todo, y esta tuvo aún la pretensión de que su ama la dejase ir a la botica para ver la cura que le hacían a aquella borrachona.

El insulto fue demasiado grave, y el hecho de haberse propuesto sobornar a un juez de la ley de Linch, la cual aunque fanática, débil o estrecha, era, por lo menos, incorruptible, excluyó de un modo irrevocable de la mente de aquel inflexible funcionario toda vacilación respecto al destino de Tennessee, y al amanecer, estrechamente escoltado, se le condujo a la cima del Monte Marley, donde debía ejecutarse la fatídica sentencia.

Aún acarició a su hijo el día que le vio entrar en el patio, escoltado por don Andrés, con el título de abogado. Le regaló su escopeta, una verdadera joya, admirada por todo el distrito, y un magnífico caballo.

Cuando Rafael volvía a casa con el pecho cargado de medallas y los diplomas bajo el brazo, escoltado por su madre y media docena de señoras que habían asistido a la ceremonia, besaba a su padre la vellosa y nervuda mano. Aquella garra le acariciaba la cabeza e instintivamente se hundía en el bolsillo del chaleco por la costumbre de agradecer del mismo modo todas las acciones gratas.

Pero éste quería pasar los días de Carnaval en una finca suya de Medina del Campo, lejos del bullicio de la ciudad, como convenía a un hombre serio. Después de fiestas, le esperaba en su casa todas las mañanas. Y se alejó escoltado por sus solemnes acompañantes, después de estrechar la mano de Isidro con igual llaneza que si fuese un colega. Maltrana le siguió con una mirada de intensa simpatía.

Entre los pies desnudos que formaban un ángulo, subía y bajaba la barra de acero abriendo el orificio. La más leve desviación, podía herirles, destrozarles un pie, con aquel hierro movido por hercúlea fuerza. Pero no había que temer: sus brazos mostraban la regularidad de una máquina. Cada uno de los contendientes iba escoltado por una pareja de amigos.

Como la luz se extendía á esta hora horizontalmente, casi al ras del suelo, las sombras de las personas y los árboles se prolongaban con un estiramiento irreal. Primeramente llegó Pirovani escoltado por Moreno y don Carlos, todos vestidos de negro, pero el contratista se distinguía de sus acompañantes por una levita nueva y solemne.

¡Mala pata! murmuró el torero, siguiendo adelante . ¡Cuando digo que hoy pasa argo!... Era el capellán de la plaza, un entusiasta de la tauromaquia, que llegaba con los Santos Oleos bajo la chaqueta. Venía del barrio de la Prosperidad, escoltado por un vecino que le servía de sacristán a cambio de un asiento para ver la corrida.

Yo soy la Princesa y estoy sentada en la torrecilla de la antigua mansión; el renombre de mi hermosura se ha extendido de tal modo en la comarca, que el hijo del Rey se ha decidido a venir, escoltado por lo más selecto de sus cortesanos, para verme y pedir mi mano al viejo caballero, mi padre.

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